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El solitario de El Dueso

Durante 10 años seguidos, Carlos Becerra, de 48 años, ejerció la jefatura de servicios en el penal de El Dueso. Desempeñaba ese puesto cuando Rafi Escobedo llegó a Santoña, en el año 1985. Becerra está hoy liberado y pertenece a la Confederación Sindical Independiente de Funcionarios, con despacho en Santander. Desde que en abril último dejó de prestar servicios en el penal, sólo una vez retor nó; fue en mayo último, para encadenarse, con un grupo de funcionarios, en las verjas, a fin de protagonizar una protesta laboral.Pocos funcionarios -de los 126, entre laborales y de carrera, que integran la plantilla del penal (unos 700 internos)- conocen como él la vida de Rafael Escobedo. Administrador accidental durante un año y también educador, Becerra niega que El Dueso sea un caos. "La plantilla es muy buena, aunque hayamos pagado las negligencias de sucesivos directores que pasaban de todo".

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Escobedo era últimamente según Becerra, un hombre hundido. Compartía una saleta de tres plazas y se pasaba en su interior en solitario la mayor parte de las horas, huyendo de las relaciones en el patio y tratando sucesivamente de evadirse de su miserable existencia escuchando música, leyendo o escribiendo. "Me dijeron que estaba escribiendo un libro, pero nunca lo supe con certeza".

Durante algún tiempo, al poco de llegar, Escobedo tuvo un destino en la llamada oficina de talleres; era el encargado de administrar la explotación agropecuaria, incluida la vaquería, con 60 animales, cuya leche se consume en el penal, y la que sobra es vendida a una central. Rafi percibía una remuneración cercana a las 20.000 pesetas por llevar las cuentas de la leche, la hierba y el maíz.

"Mientras fui administrador noté que recibía giros mensuales, probablemente enviados por su familia, por una cantidad fija que rondaba las 25.000 pesetas. Antes de sumirse en la droga gustaba de sobrealimentarse. Sus visitas al economato, sin dejar de acudir nunca al comedor, eran diarias, para proveerse de yogures, donuts y refrescos. Gozaba de la estima de todos los internos, y los funcionarios sentíamos por él algo así como una mezcla de pena y simpatía. Nunca se le vio intervenir en peleas, y nosotros le propusimos muchas veces, por su comportamiento ejemplar, a fin de que pudiera beneficiarse de algún permiso. Pero nunca fuimos atendidos".

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