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Pelotón

Los gigantes de la montaña son como niños a los que se persigue por su pis. Que los controles sean por su bien no impide que los veredictos caigan sobre ellos como humillaciones. Hay algo infantil en ver cómo el campeón de ayer se convierte en el inocente o culpable de mañana. Y cuando mañana es la llegada del Tour y el escándalo llega a través del jersei amarillo, la decepción sienta mal. Estamos en que Delgado merece ganar este Tour, ya nos hemos hecho a la idea de inscribir su nombre en la tablilla, y debemos renunciar a este escenario que hemos visto crecer día a día. Es duro. Bien o mal hechos, los controles tienen efectos perversos. Agrupan a gentes que no tienen nada que juntar. Basta que un rumor sea complacientemente aireado para que los corredores se sientan abandonados por los directores de la carrera, entregados a los media, traicionados. Entonces es cuando descubren una solidaridad inédita: la de los amigos del niño castigado como ejemplo. Solidaridad de actores. Y cuando se trata de una saga ritual como el Tour, son los seguidores, los periodistas, los que aceptan mal que todo el espectáculo se quede sin significado.Resultado: se crea una solidaridad aún más grande. La de los que saben desde siempre que todo es hipocresía, ya que todo el mundo sabe que todo el mundo se dopa desde siempre. Es para creer que el control es un rito represivo destinado a recrear una ola de odio hacia la hipocresía.

21 de julio

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