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La novela de una vida española

Sí, en general tienen razón los editores: el género, llamémoslo así, literario del Festschrift, en castellano, homenaje, como, por otra parte, el de las tesis doctorales, por reconvertidas que hayan sido -casi siempre insuficientemente-, es, no sólo de mala salida, que es lo que a ellos les importa, sino también de mala entrada. Personalmente, y aun agradeciéndolos, por supuesto, mucho, ni los que a mí mismo me han hecho me acaban de gustar. Salvo excepciones, como las de mi caso, consisten en misceláneas de temas dispersos: cada cual habla, ofreciéndoselo al homenajeado, de lo que se le ocurre, cuando no acude a aquel trabajo que quedó, a la espera de publicación, en el fondo del cajón. Y aun cuando no haya sido así, es improbable que el conjunto forme verdadera unidad, y menos aún que nos dé una viva imagen del homenajeado.Pero siempre hay excepciones a la regla, y de la más sobresaliente que conozco es de la que quiero hablar aquí: el Homenaje a Enrique Gómez Arboleya 1910-1959, publicado por el Ayuntamiento y la Universidad de Granada y llevado a cabo por el catedrático de aquella universidad Julio Iglesias de Ussel.

El nombre de Enrique Gómez Arboleya no dice nada a los estudiantes de hoy, y muy poco a quienes no lo eran todavía en la fecha de su muerte. Fue muy joven profesor en Granada, catedrático luego de Filosofía del Derecho en Sevilla y Granada y, finalmente, de Sociología en la facultad de Ciencias Políticas y Económicas de la universidad Complutense, como entonces se llamaba. Fue un hombre de nuestra generación, nacido un año después que yo, uno de los primeros conocedores de la por entonces importante teoría del Estado alemana, excelente estudioso del gran jesuita Francisco Suárez, y luego, pasado al saber sociológico, el primer cultivador de la sociología contemporánea en nuestro país. Yo confieso en mi colaboración que, muy deudor académico suyo, le conocí poco. Mas ¿hubo alguien que le conociera suficientemente? Hombre tímido y a la vez distante, provinciano y esnob, complejo, contradictorio, atrayente y afectado, pedante e hipersensible, pero, al mismo tiempo, capaz de entregarse por entero a su trabajo y a sus amigos, solamente juntando cuanto llegamos a saber de él quienes le tratamos podría lograrse un retrato biográfico, más bien la difícil reconstrucción de una contradictoria identidad, la de lo que él realmente fue.

Pues bien, he aquí el gran mérito de este libro-homenaje, que lo separa y pone por encima de las demás obras de su género que yo he conocido. ¿Hasta qué punto Julio Iglesias de Ussel, a quien no dudo en llamar, en primera y última instancia, su autor, previó este admirable resultado? Por de pronto, y así nos lo dice en el prólogo, dos criterios presidieron su selección de colaboradores: que fueran personas, "de la Academia o no, pero que hubieran mantenido relación personal con Arboleya", y que "debían escribir preferentemente sobre su persona y vida y, a lo sumo, sobre su obra". Y, en efecto, así nos pidió la colaboración y hasta tal punto mantuvo con rigor la exigencia que uno de los participantes confiesa que primeramente, y por no haberse dado cuenta de ello, envió -como solemos hacer todos en estos casos- un estudio sobre no importa ahora qué tema, y le fue devuelto porque no era eso lo que se le había solicitado.

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En consecuencia, unos, sus colegas, los coetáneos y los posteriores y más o menos discípulos suyos, escribimos, principalmente, de su significación intelectual, en tanto que otros, quienes le conocieron más pronto y más de cerca, lo hacen de su persona y de su vida. Lo universitario se entrelaza así con lo personal, y una y otra faceta se corresponden en las, se diría, rupturas de una identidad que en el doble drama, académico y personal, de dedicación objetiva y de subjetiva intimidad, intelectual y moral, le arrastró a la ruptura final de su propia vida.

Leyendo este bello libro no podía yo por menos de recordar Temps et récit, de Paul Ricoeur, con su acercamiento de historia, aquí más bien biografía, y novela. Pues, en efecto, tiene tanto de recatadamente novelesca la vida que aquí se relata, y de novelística la no buscada técnica moderna de relatarla -a retazos, dejando a cargo del lector la tarea de ensamblar las piezas-, que, sobre todo a quien no haya conocido al protagonista ni sabido nada de él, yo le diría, sin apenas exagerar, que cabe una lectura como si fuese la novela de una vida española durante la República y el franquismo.

Vida española que transcurrió en Granada hasta 1948 y, desde esta fecha, en Madrid. La Granada de entonces, la de don Fernando de los Ríos y de don Manuel de Falla y, más de cerca, la de Federico García Lorca y la del "director intelectual" del juvenil grupo de Arboleya, don Joaquín Amigo, "nuestro mentor y nuestro Sócrates", como se le llama aquí, es muy bien evocada en este libro. Hasta leerlo yo no sabía nada de la primera vocación, estrictamente literaria, en prosa y en verso, de Enrique Gómez Arboleya (es preciosa la información que sobre ella nos proporciona Manuel de la Higuera), pero la advertí asomándose en algún escrito muy posterior, y así lo digo en mi contribución a esta obra. Lo que no podía sospechar, y nos cuenta otro amigo de la primera hora, Luis Jiménez Pérez, quien más cosas nos dice de la intimidad de Arboleya y de su familia, es la gran ilusión que García Lorca llegó a poner en él como escritor y poeta, y la gran frustración que sintió -y le reprochó- al ver que trocaba aquella vocación por la de "jurista".

Y luego los avatares de la guerra civil, su profesorado en Granada -que nos cuentan Antonio Gallego Morell y Eduardo Roca- y su traslado a Madrid. Al llegar aquí dejamos a Rafael Acosta, a Manuel de la Higuera, Luis Jiménez Pérez, López Banús, José Muñoz, Andrés Soria, Luis Sánchez Agesta, Francisco Murillo y José Cazorla, y acudimos a quienes le trataron académicamente en Madrid: Luis Díez del Corral, Enrique Tierno, López Cepero, Juan Linz, José Castillo y Salvador Giner. (Del tránsito de una a otra etapa nos hablan Cruz Hernández y José Jiménez Blanco.)

La relación de amistad con el matrimonio Zubiri es tratada por Carmen Castro en un muy fino artículo, y el magisterio de Xavier Zubiri es estudiado por Jiménez Blanco. A punto ya de terminar, quiero y debo detenerme un momento aquí, pues ese magisterio nos dejó marcados para siempre, con Arboleya, a bastantes de los miembros de su generación. Hemos considerado a lo largo de este artículo el valor estrictamente biográfico, narrativo, casi novelístico también, de la obra que comentamos y, hace un instante, la bella evocación que contiene de la Granada de la época. Porque hay aquí, en efecto, el retrato de la Granada de entonces. Pero hay también, y no menos, a través del retrato personal de Enrique Gómez Arboleya, el retrato genérico de toda una generación, la llamada generación de 1936. Todos nosotros hemos de sentirnos, en mayor o menor grado, interpelados en este libro.

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