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Enrique Sirera

La forja del hierro en la era del ordenador silencioso

Rocío García

En la era del ordenador silencioso y de las computadoras casi mágicas es dificil encontrarse con alguien que hable con tanta pasión de la siderurgia, las fundiciones, el hierro y el fuego. Tiene 23 años y lo ha abandonado casi todo para dedicarse a la forja del hierro con útiles que busca y rebusca por los rastros. No sabe de dónde le viene esa afición, pero ahora se ha enterado de que su bisabuelo fue herrero. "A lo mejor soy una reencarnación de mi bisabuelo". Parece que va a contra corriente: en la era del todo diseño, Enrique Sirera dice que no hace diseño del hierro, sino que lo forja. Es, ante todo, un herrero.

Nació en Madrid y hace el número cinco de una familia de seis hermanos. Desde pequeño dice haber tenido grandes ansias de independencia, que le, llevaron a empezar a trabajar desde muy joven, abandonando así la tutela familiar. Trabajó durante un tiempo en una productora de vídeo haciendo montajes. En la forja del hierro lleva dos años escasos, y mientras barre con esmero su recién estrenado taller, situado en una calle del Madrid antiguo, cuenta que en estos momentos está embarcado en dos proyectos: el conjunto de la decoración y el mobiliario de una tienda que un prestigioso joyero español abrirá en el mes de septiembre en Milán (Italia) y la realización artesanal de un juego de mesa, banco y sillas todo de hierro. Se inició en la forja casi por casualidad, cuando la diseñadora de moda Sibylla, premiada recientemente como mejor creador novel en los premios internacionales Cristóbal Balenciaga, le encargó la realización de unos broches con figura de pez con los que quería adornar unas camisas confeccionadas por ella. Enrique Sirera hizo uno por uno 300 peces, todos desiguales, que finalmente oxidó para darles un cierto toque retro y antiguo. De aquellos peces-espina pasó a perchas de hierro, escaleras forjadas, sillas y otros elementos.Enrique Sirera lo hace todo a trompicones. Habla, se mueve, se levanta y se sienta a trompicones. Reconoce que su vida es igual de anárquica que su manera de hablar, que es trabajador pero nada constante. Trabaja solo porque dice que no aguanta a ningún jefe: "El único jefe al que yo podría aguantar sería una persona como yo, o sea, yo". También, cómo no, aprende a trompicones y sin ningún método. Nadie le ha enseñado a forjar, ni a oxidar, ni a barnizar, ni a troquelar. De siempre hasido lo que se llama un manitas, aunque reconoce que primero destrozaba el aparato y luego lo reconstruía y arreglaba. Sabe que su profesión de herrero es casi insólita en estos tiempos y habla con devoción y respeto de los "excelentes aunque escasos" profesionales en este campo repartidos por pueblos olvidados. Es a estos pueblos y a los rastros y chatarrerías adonde Enrique Sirera acude en busca de sus hierros antiguos.

Anualmente viaja a Bilbao para asistir a la feria de la industria. Una de sus principales pasiones es la visita a las fundiciones. "El ruido, el calor, el fuego, las caretas, las gafas... es como si bajases al infierno", describe entusiasmado.

Le gusta todo lo que rodea este mundo: su lenguaje popular, su forma de relacionarse y la búsqueda de oficios casi extinguidos. Quizá su único aspecto dispar con ello sea su afición por el baile y la música, campo en el que se inició con 13 años, como cantante de un grupo punk.

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