Una tragedia de Chaplin
El ciclo de Chaplin, del que la semana pasada vimos su última película, La condesa de Hong Kong, retrocede hoy en el tiempo a 1923 y su segundo largometraje, Una mujer de París, realizado un par de años después de El chico. Se trata, también, de una obra maestra, aunque ésta no fue muy bien considerada en su momento. La razón quizá sea la de no tratarse esta vez de una comedia, sino de un drama feroz, una tragedia, en la que, encima, no aparecía el popular Charlot -todo y que un irreconocible mozo de la estación transporta un baúl y lo deja caer bruscamente es, así nos lo han vendido siempre los libros, el propio Chaplin-.El fracaso de la película la mantuvo alejada del público durante años, ostentando la condición de ilustre desconocida hasta que, poco antes de morir, Chaplin, que ya había dado luz verde al resto de su filmografía unos lustros antes, autorizó su salida a las pantallas, con, además, una partitura nueva, que bien puede considerarse el último trabajo de su vida.
Una mujer de París se emite por TVE-2, a las 18
00. Pistoleros en el infierno por TVE-1 a las 22.45.
Anecdotario al margen, Una mujer de Paris puede codearse sin rubor con Los peligros del flirt, de Lubitsch, y Esposas frívolas, de Stroheim; tres películas del mismo tiempo -y tres películas, detalle nada casual, realizadas en América por creadores europeos- que comparten una visión nada complaciente del hombre y sus argucias sentimentales.
En una era regentada todavía por la inmaculada Mary Pickford y otros candores propios de la moral norteamericana, Chaplin se saca de la manga un París pérfido y orgiástico y le da la vuelta a la moneda corriente, de manera que nada es como uno espera sea: la madre será, por su obstinación y ceguera, la causante del trágico desenlace; el bueno y guapo de la historia aparecerá más tonto que hecho de encargo y nuestro deshumanizado playboy -un Adolphe Menjou inolvidable- acabará por resultar un ser comprensivo, al tiempo que el más astuto de todos.
El arte de la alusión
Como Lubitsch, y sin que la comparación entrañe mimetismo o calco por ninguno de los dos, Chaplin procede en Una mujer de París por el arte de la alusión y la sugerencia, ejemplo de lo cual sería la célebre escena en que una relación íntima se desvela por el modo de coger un pañuelo de un cajón del dormitorio. Elegancia, sutilidad e ingenio inundan la película, que para muchos constituye uno de los títulos más innovadores del cine mudo.
Por su parte, Pistoleros en el infierno es la primera película del hoy reputado Robert Benton, excelente guionista hasta entonces y aún después. Con actores muy jóvenes de la nueva generación -Jeff Bridges, John Savage-, Benton propone una reflexión sobre la picaresca y sobre un buen corazón de aquellos legendarios pistoleros del Far West, que aquí vemos cómo se frustran en sus primeros golpes, o cómo son asaltados de madrugada, des prevenidos, por otros más maduros y con el corazón ya llagado. Y es que el que el corazón cambie de signo es sólo cuestión de tiempo.
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