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EUROCOPA 88

La URSS ahogó a Italia en el centro del campo

J. M. SIRVENT ENVIADO ESPECIAL

Calcio e amore, gritaban los seguidores italianos. Soñaban con una noche de pasión desbordante y acabaron frustrado y casi humillados. Un fútbol de laboratorio, carente de la picardía latina, pero tremendamente efectivo y práctico, les cerró las puertas de la final. El próximo sábado, en el estadio Olímpico de Múnich, se volverán a enfrentar Holanda y la URSS.

Italianos y soviéticos disputaron un partido de los denominados de pizarra, que tanto gustan a determinados técnicos. Valeri Lobanovski, el entrenador de la URSS, se puso ante la mesa de disección desde el instante mismo en que conoció el nombre del rival. Estudió todos sus movimientos y decidió que la única forma de desconcertar a Italia era ahogándola en su mejor línea. Y la verdad es que lo consiguió.

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Lobanovski, al que se le conoce por La Esfinge debido a la actitud hierática que adopta en el banquillo, encomendó a tan sólo tres jugadores misiones defensivas, acumuló hasta seis en el centro del campo y dejó solo ante el peligro a Protasov, uno de los más destacados de la Eurocopa y que ayer no pudo tener la ayuda de Belanov, que ni siquiera se sentó en el banquillo por culpa de una lesión.

Italia, que maneja el balón como los ángeles en la zona ancha, se sintió incómoda ante el despliegue soviético y apenas pudo elaborar su juego habitual. Al ver lo que se le venía encima, se escondió en su concha con la esperanza de aprovechar un contraataque y sentenciar el encuentro. Paradójicamente, dispuso de dos claras ocasiones, que desperdiciaron Vialli y Giannini, aunque este último remató perfectamente. Pero allí estaba Dasaev para evitar lo que, indudablemente, no merecía el conjunto italiano.

Durante el descanso ya se hacían apuestas sobre la posibilidad de una prórroga. La mayoría de los comentarios giraban en tomo a la falta de inspiración de los soviéticos en los metros finales. Pero, al igual que en su encuentro frente a Holanda, la URSS resolvió la situación en dos rápidos contraataques que dejaron helados a los miles de tifosi empapados de agua desde hacía tiempo.

Con la precisión de una máquina de relojería, la URSS, amparada en su poderío fisico, dio un auténtico baño al equipo italiano, que se rompió en mil pedazos porque está construido para jugar a la contra y no para llevar la iniciativa.

De nada sirvió la presencia del veterano Altobelli ni tampoco el cambio estratégico de De Agostini, un centrocampista, por Mancini. La URSS controló el partido a la perfección y levantó aplausos en los graderíos. No era para menos. La apisonadora soviética planchó por completo al joven conjunto italiano.

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