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Kate

Los admiradores de Katharine Hepburn que hemos seguido el ciclo de películas protagonizadas por la actriz junto a Spencer Tracy hemos podido comprobar la exactitud de ese notable refrán puesto de moda a raíz de lo de Lady Macbeth: "Detrás de toda mujer que se equivoca hay siempre un hombre soso". Semana tras semana hemos asistido a la desactivación de la fiera de mi niña, convertida en una especie de damita mojigata que babea cuando él, conservador y con moralina tipo padre Flanagan hasta el bucle, se le encrespa.Lo que va de la vibrante Kate estimulada por Cary Grant en las comedias precedentes, filmadas en los años cuarenta, es la distancia que separa la Norteamérica de esta década de su sucesora, los años cincuenta, marcados por el triunfo de la caza de brujas y la hegemonía del ama de casa coronada por la permanente de Mamie Eisenhower. El sexo y la inteligencia empezaron a sufrir largas etapas de encierro que sólo dejarían posteriormente, en breves lapsos de libertad condicional, para vulgarizarse finalmente en una rutina de apareamiento y vacuidad. Los filmes que la actriz hizo con Tracy resultan, vistos hoy, espléndidos ejemplos de negación del cuerpo y glorificación de la pareja sometida, con uno de los dos más sometido que la pareja.

Habida cuenta que Tracy y Hepburn mantuvieron una larga relación sentimental al margen de las leyes, su participación en películas en donde las escenas de amor se sustituían por un amistoso masaje en la espalda puede analizarse como una muestra del peaje que pagaban para transitar sin estorbos por su propia autopista. Lo curioso es que, pese a todo, su química no traicionara el producto. No soltaban chispas. La pasión que les mantenía juntos, y que ocultaban a medio mundo, permanecía tan oculta como una garrapata en un san bernardo. Y si la pasión no destella y subvierte, o no es pasión o no sirve para nada.

Menos mal que Humphrey Bogart le propinó un buen despeinao a la niña en La Reina de África.

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