Crisis de identidad en el laborismo británico
Las acusaciones de traición y autoritarismo contra Neil Kinnock, monedas de curso legal
Neil Kinnock, líder de los laboristas británicos, está embarcado en una campaña de modernización del partido en la que encuentra crecientes resistencias. Desde la izquierda, desde los sindicatos y desde su propio Gobierno en la sombra se le arrojan dardos que en unos casos acentúan la dificultad de sus planes y en otros ponen en entredicho su estilo y su capacidad de liderazgo. Acusaciones de traición y autoritarismo contra el máximo dirigente laborista son monedas de curso legal estos días en las desordenadas filas de la oposición. La estentórea dimisión esta semana de su portavoz de Defensa ha constituido un fiel reflejo de la crisis de identidad por la que atraviesa el partido.Kinnock, pragmático, voluntarioso, hambriento de poder y elegido por los laboristas con la misión de derrotar a Margaret Thatcher, se encuentra ante la titánica tarea de adaptar los principios del laborismo y las políticas de ellos emanadas a la realidad de una sociedad posindustrial que no acepta las viejas fórmulas.
En el congreso laborista del pasado otoño, Kinnock consiguió vender la idea de que la revisión de las políticas del partido tenía que ser a fondo y sin tabúes, lo que implicaba el cuestionamiento de principios tan asumidos como las nacionalizaciones o el desarme nuclear unilateral.
La decisión del congreso fue la respuesta al veredicto electoral de junio, que evidenció que el partido no había conseguido detener la pérdida de apoyo popular que viene sufriendo desde hace 20 años, cada vez más perceptible entre lo que debería constituir su electorado natural. Hace ahora un año, sólo el 42% de los afiliados a sindicatos votó por el Partido Laborista, que apenas atrajo un tercio de los votos de los obreros cualificados.
"Los cambios estructurales en la composición de clases habrían producido, de no haber habido otros cambios, una caída en el voto laborista de entre el 6% y el 8% entre los años 1964 y 1987", según un estudio preparado por el partido, en el que Se hace una primera aproximación a lo que debe ser el laborismo en la próxima década. La pérdida real de votos fue del 13,3%, el doble de la imputable a los cambios de clase: el laborismo había perdido el contacto con la realidad.
El Partido Laborista, que, con Harold Wilson, llegó a creerse el partido natural del Gobierno, parece hoy condenado a ser el partido natural de la oposición. Si el thatcherismo no se autoinmola, y en ocasiones su arrogancia lo lleva a adoptar decisiones que hacen verosímil la especulación, el partido de Kinnock lo tiene muy difícil.
Las comisiones de reforma emanadas del pasado congreso han perfilado las reformas que se presentarán al próximo, que van desde la institución de compañías de interés público como alternativa a las nacionalizaciones a la introducción de la primacía del consumidor en su relación con los servicios públicos, pasando por el abandono matizado del no a la Comunidad Europea.
Benn, a la ofensiva
La izquierda de la vieja escuela, encabezada por Tony Benn -quien pretende desplazar a Kinnock del liderazgo laborista, en una campaña abocada al fracaso-, ve en estas reformas una desvergonzada renuncia a los principios socialistas por el mendrugo de unos votos.De los planes de reformas había quedado pospuesta la discusión sobre la política laborista de defensa, basada en un desarme nuclear unilateral tan profundamente enraizado en el corazón del partido como poco popular entre el electorado. Hace unos días, sin embargo, Kinnock manifestó en un programa de televisión que la nueva relación entre las superpotencias había abierto un marco de negociación que deja anticuado el unilateralismo -el entregar "algo por nada", en sus propias palabras- y hace factible el "algo por algo".
Esta declaración cayó como una bomba en el partido. Para la izquierda fue la confirmación del entreguismo de Kinnock, mientras el resto del partido se inquietó ante lo que percibió como un intento de perfilar políticas sin consultar con la dirección. El encargado de defensa en el Gobierno en la sombra, Denzil Davis, no hizo ningún comentario público de desacuerdo con las manifestaciones de Kinnock, pero a la una de la madrugada del pasado martes llamó a un periodista para anunciarle, entre insultos a Kinnock, su dimisión. "Estoy harto de ser humillado por Kinnock", dijo Davis en la parte reproducible de su reacción. "Nunca me consulta nada. Va a televisión y habla de defensa, pero nunca habla a su portavoz de defensa".
Benn y sus seguidores han presentado este incidente como prueba de las disensiones que fragmentan al partido, dañado, dicen, por el autoritarismo de Kinnock, mientras los propios fieles al líder le han pedido que considere esta salida como una advertencia.
La formulación de la estrategia de defensa laborista es una de las tareas más delicadas que tiene Kinnock por delante. Desde el exterior, las presiones en favor de una Europa más responsable de su seguridad conllevan un esfuerzo defensivo que, forzado por las constricciones presupuestarias, hace difícil prescindir de un sistema armamentista menos oneroso que el convencional.
En el interior, el abandono de la, fuerza nuclear no es fácilmente asumible por un electorado satisfecho con la preeminencia que da la bomba, al tiempo que tal renuncia crispa al partido. Kinnock tiene que cuadrar este círculo, tarea no menos, dificil que el desmarcar al partido de los sindicatos, dependencia que los sondeos de opinión muestran una y otra vez como la principal razón del electorado para no votar laborista.
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