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Alfonso Aijon

Del Himalaya a la Filarmónica de Viena

Rocío García

Este madrileño de 57 años reconoce que la suerte ha sido uno de los elementos esenciales de su vida. De suerte califica su paso por el instituto Ramiro de Maeztu con estupendos maestros, donde le llevaban dos veces a la semana al Museo del Prado y donde, con 11 años, oyó por primera vez los cuartetos de Beethoven. De suerte califica también la época en la que ha vivido, "mejor que la de ahora", donde no existían los vuelos charter y donde cada semana se podía trabajar en un sitio distinto. Esto fue lo que hizo cuando, en 1956, salió de nuestro país agobiado por la situación interna, iniciando entonces sus aventuras viajeras que le han llevado a conocer todo el mundo. "Con techo y comida era capaz de ir a cualquier sitio", dice mientras cuenta maravillas de la Rumania que conoció en 1958, en la que todavía no existía Drácula ni la doctora Aslan"; de la China de Mao Zedong, en 1961; del Nepal de 1962, donde el rey sólo tenía un kilómetro de asfalto en Katmandú, y sobre todo, de sus caminatas interminables desde Turquía a Nepal, acompañado solamente de guías y unos cuantos porteadores, la última de las cuales la ha realizado en el mes de marzo.Y entre medias, el mundo de la música, otra de sus pasiones desmedidas. Fue secretario técnico de la Orquesta de la Radiotelevisión Española de 1965 a 1968, y trabajó en Radio Nacional, donde consiguió en 1970 el Premio Nacional de radio por sus programas del aniversario de Beethoven. Para explicar otra de sus aventuras, la de promover una agencia musical, Ibermúsica, se remonta a los años sesenta y cuenta que entonces venían a España jóvenes entonces desconocidos y hoy grandes figuras, como Claudio Abbado, Zubin Mehta y Daniel Barenboim, a los que después de sus actuaciones, "nadie les hacía ni caso, se quedaban solos en el escenario y entonces yo me acercaba a ellos y los llevaba de copas, a conocer Madrid y los metía en mi casa" Posteriormente, estos contactos le ayudaron al éxito de Ibermúsica, con la que reconoce haber logrado que la vida sinfónica en Madrid y Barcelona sea superior a otras ciudades europeas, y la imposición de una condecoración muy especial: su ingreso en la Orden del Imperio Británico.

"Socialista de corazón y no de cuerpo", Alfonso Aijón, separado de una pianista y padre de dos hijos dedicados a la música, es partidario de que el Estado no subvencione los buenos conciertos. 'El que quiera oír un buen concierto, que lo pague, como se paga un partido de fútbol, o una buena comida, o una corrida de toros", y que, en cambio, el dinero público se destine a la educación musical

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