Tiempos aquellos
La institución cultural en que se ha convertido el café Gijón a lo largo de sus cien años de historia ha ocultado, en opinión de algunos de sus camareros, una historia de trabajo duro, de relaciones laborales rígidas y de humillaciones debidas al capricho de los clientes.Onofre, que lleva 24 años de camarero, recuerda los tiempos de esplendor, "cuando venía el general Muñoz Grandes, cuando nadie bebía whisky en España y aquí en cambio se vaciaba una caja de botellas cada noche, cuando se firmaban contratos o aparecían actores como Burt Lancaster", pero tampoco olvida que un cliente rechazara por tres veces un cóctel pedido, las expulsiones del café de pobres o borrachos, la disciplina militar del trabajo, o el dinero prestado a los clientes y nunca cobrado.
Los tiempos han cambiado. Según algunos camareros, la época dorada fue cuando el café lo gobernaba Doña María, la madre de José García, uno de los copropietarios, entre los años de la posguerra y finales de los sesenta. Hoy, dicen, "el café se ha quedado anticuado, y las cajas que se hacen por la noche han bajado en un 30% por lo menos, comparadas con antes". Esta crisis se manifiesta para ellos , en la pérdida de ilusión y en que cada vez parezca más una cafetería y menos un café". Los camareros perciben un 18% de las ventas, reciben dos pagas extras al año de 50.000 pesetas y además cobran mensualmente por encima de las 100.000 pesetas.
Su actitud ante la posibilidad de la venta del café es de indiferencia, sobre todo entre los de mayor edad. Alberto, el camarero mayor de todos, es partidario de vender. Asegura que hay otros tres compañeros en iguales circunstancias y que opinan lo mismo. Otros creen que el café "resurgiría si lo llevase alguien con ganas, y que disfrutase con él".
Pepe Bárcena entró de camarero en el Gijón en 1974 y desde entonces lleva un diario de lo que ocurre en el café. Algún día lo publicará y entonces algunos mitos literarios sobre este café tal vez se derrumben.
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