Comienza el "baile de los malditos" en el bando perdedor
Las reacciones de conservadores y liberales franceses confirman su descomposición absoluta
El baile de los malditos ha comenzado. Las primeras actitudes y reacciones, sólo 24 horas después de la derrota presidencial del campo liberal-conservador, el domingo pasado, demuestran lo previsto: su descomposición es absoluta. El candidato derrotado, Jacques Chirac, ni por un momento baja la guardia y continúa autodefiniéndose como "la esperanza" del mañana. El ex presidente Valéry Giscard d'Estaing, el ex primer ministro y ex candidato en esta elección Raymond Barre y el que aún es ministro de Cultura, François Léotard, aspirantes todos ellos a líderes presidenciales un día, lejano por ahora, ya han jugado su baza.
¿Cuál será el futuro de Chirac? Es alcalde de París, es decir, es el presidente de un Estado dentro del Estado. París tiene diplomacia autónoma, una administración gigantesca, y le concede al primer edil un márchamo de peso en la vida nacional. Pero su fracaso ante Mitterrand deja entre paréntesis su áurea de líder del antimitterrandismo. Más grave aún: su partido neogaullista, el RPR (Asamblea para la República), considerado como la máquina de guerra política mejor engrasada y más eficaz de Francia se resbala por entre sus manos. Jean-Marie Le Pen, el líder del ultraderechista Frente Nacional, ha trastornado la reconversión de Chirac hacia un cierto liberalismo coloreado del europeismo del día. Hoy, contra el retorno al bonapartismo, en el RPR hay hombres capaces de aliarse hasta con Mitterrand.Por el contrario, la fracción dura habla de Le Pen y de la posibilidad de algún tipo de alianza que permita darle el abrazo de la muerte. Algo parecido a la operación de Mitterrand con los comunistas a partir de aquel día de 1972 en que firmó con ellos un programa común.
La balcanización es más desastrosa en el centrismo-liberalismo. Hace dos quinquenios que se organizó esta plataforma en torno a Giscard, y está integrada por centristas, democristianos y liberales. Pero nunca ha llegado a existir como fuerza política estructural, nunca ha franqueado la frontera del cartel electoral. Lo único que hoy une a estas tres minifamilias políticas es su rechazo categórico de Le Pen.
Pretexto
Giscard fue rotundo el domingo apareciendo soberanamente en la televisión para opinar sobre el triunfo de Mitterrand. Sin embargo, su intervención no fue más que un pretexto. El ex presidente hizo acto de presencia como el líder que da por terminada su travesía del desierto. Barre, su ex primer ministro, hizo otro tanto ofreciéndose como el futuro líder de "una fuerza política, sólida y responsable, capaz de sostener una acción republicana, liberal, social y europea".El tercero con intenciones de optar como candidato a caudillar el centrismo-liberalismo es Leotard, que como los anteriores, piensa que un día el Palacio del Elíseo puede ser su residencia secundaría durante siete años.
Si la cohesión del RPR neogaullista se siente minada por Le Pen y por el fracaso de Chirac, la conformación de un partido de signo centrista y liberal que pudiera llegar a algún tipo de unión con el RPR se ve amenazada por un cuarto personaje: el presidente Francois Mitterrand que, con su aggiornamento ideológico, y con los años, ha hecho del aperturismo al centro su palabra de cabecera. Si lleva a cabo esta operación ya iniciada en las últimas semanas, esa franja centrista quedaría a merced de cuaquier vendaval.
Giscard y Barre, por añadidura, no piensan censurar sin más a Mitterrand, sino que actuarán en la Asamblea Nacional en función de los hechos "y no de las palabras" que pronuncia el presidente de la República en los últimos tiempos, casi beatíficas, en un país en permanente guerra civil entre la derecha y la izquierda.
Léotard, por el contrario, entiende que la oposición al mitterrandismo, debe ser clara desde el primer día y se asemeja así al chiraquismo.
La nueva etapa del mitterrandismo, aperturista, inspirada por la necesidad de formular una Francia competitiva en la Europa que se avecina, representa un tormento más para el campo de todas las derechas, como se las ha calificado tradicionalmente.
Una nueva cultura de la oposición política está incubándose. Sólo el extremismo de estilo Le Pen, o el comunista por la otra punta, podrán pernútirse poder decir a partir de ahora no por sistema.
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