Huelgas en Polonia
LOS ASTILLEROS de Gdansk -nombre simbólico en las luchas obreras de Polonia- están ocupados desde ayer por los obreros en huelga. El movimiento huelguístico, iniciado en Nowa Huta hace una semana, se extiende. A este clima han contribuido sin duda las manifestaciones convocadas el 1 de mayo en diversas ciudades por el sindicato Solidaridad, cuya influencia no ha sido borrada por la ilegalidad. Pero el problema de fondo es el profundo descontento que reina entre la población trabajadora a causa de la situación económica, que ha empeorado con las fuertes subidas de precios decretadas por el Gobierno. Las huelgas no responden a situaciones locales; reflejan un malestar general, y por ello tienden a extenderse con relativa facilidad, a pesar de las medidas represivas y de las amenazas del Gobierno.No está en discusión la necesidad que tiene Polonia de una reforma económica severa, con medidas de austeridad, para salir del pozo en que se encuentra. Con el referéndum llevado a cabo en noviembre pasado, el general Jaruzelski intentó obtener un amplio respaldo popular para esa reforma. Pero el Gobierno perdió el referéndum y su autoridad quedó aún más quebrantada. Ello puso de relieve que sin dialogar con la oposición el Gobierno no puede lograr la credibilidad indispensable para que la población acepte los sacrificios inherentes a la reforma, económica. Al rechazar ese diálogo, que la oposición ofreció en reiteradas ocasiones, Jaruzelski se ha encerrado en un círculo vicioso. Por un lado se presenta como reformista y acusa a la oposición de facilitar las maniobras de los conservadores. Pero al rechazar el diálogo destruye las bases mismas de una política de reformas.
Los decretos de febrero pasado, estableciendo fuertes subidas de precios, engendraron un clima de descontento y casi de desesperación en amplísimos sectores de la población. Ello provocó fuertes tensiones sobre la elevación de los salarios que han tenido su desembocadura en las huelgas actuales. La presión de éstas, el miedo del Gobierno a que el movimiento se generalice, ha determinado elevaciones que en varios casos han superado el 50% de los salarios anteriores. El Gobierno hace concesiones en el terreno económico, pero se niega, de modo intransigente, a negociar con los comités de huelga, que han surgido fuera de los sindicatos oficiales y en los que figuran antiguos dirigentes de Solidaridad. En el plano económico, las concesiones salariales están tirando por tierra todas las previsiones de la reforma económica. Pero sobre todo después de la ocupación de los astilleros de Gdansk, el movimiento adquiere una dimensión política evidente. Por tanto, lo mismo que ocurría en la etapa anterior al referéndum de noviembre, las condiciones objetivas de la situación polaca, tanto en su aspecto económico como en el político, determinan la necesidad de buscar caminos de negociación entre la oposición y el Gobierno.
Jaruzelski, que ha sido, entre los gobernantes del Este, el más favorable a la reforma de Gorbachov en la URSS, tiene que adaptarse ahora a una dinámica estimulada por los cambios que tienen lugar en Moscú. Cuando los lemas oficiales, en Moscú y en Varsovia, son reforma, democratización, participación social y transparencia informativa, resultan doblemente insoportables las medidas represivas contra los manifestantes del 1 de mayo y las detenciones preventivas. Polonia se ha distinguido en los últimos años por unas cotas de liberalización superiores a las de otros países del Este. Ello ha aumentado la posibilidad de una evolución gradual, sobre todo porque en la oposición las tendencias posibilistas son fuertes. Hoy las huelgas colocan al Gobierno en una disyuntiva compleja. La vía de la dureza, de la represión, tendría consecuencias desastrosas. La realidad exige una actitud dialogante. Ésta no resolverá por sí misma las enormes dificultades de la situación polaca, pero sin flexibilidad no habrá tampoco salida sensata.
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