Ahora que hace 20 mayos
VEINTE AÑOS después de aquel mayo que iba a cambiar el mundo, y que conmovió más los corazones que las estructuras, algunas de las ideas que entonces parecieron revolucionarias han entrado a formar parte de los comportarnientos de los pequeñoburgueses de provincias, y los agudos sarcasmos inscritos en los muros del barrio Latino se han convertido en tópicos merecedores de figurar en la antología de las ideas recibidas que recolectó Flaubert el siglo pasado. Los agitadores se han hecho revisionistas, y la vieja alternativa planteada por Rosa Luxemburgo, reforma o revo lución, se ha reducido hoy, en el campo de la izquierda, a la que opone a las diversas variantes del reformismo.No sólo eso: en la Francia que hace 20 años simbolizaba el porvenir de una humanidad emancipada de los viejos prejuicios, uno de cada seis electores ha dado su voto a un antiguo militar que forjó su alma de legionario en la represión de los revolucionarios argelinos, que disculpa la tortura y hace bandera de las ideas xenófobas y los prejuicíos racistas. Una parte sustancial de esos votantes son. trabajadores de los arrabales de Marsella y otras grandes cludades del hexágono, y muchos de ellos fueron en el pasado votantes de la izquierda. Allí donde hace dos décadas parecía darse una de esas encrucijadas históricas en las que la voluntad subjetiva coincide con la oportanidad objetiva, florece hoy el desconcierto, y el principal líder político de la izquierda comparece ante los electores bajo una consigna anterior a la primera revolución industrial: liberté, égalité,fraternité.
En España, la conmemoración del Primero de Mayo, y de ese Mayo del 68, coincide con el centenario de la Unión General de Trabajadores (UGT), cuyo nacimiento simboliza la entrada en la historia del movimiento obrero organizado. Sería ardua tarea identificar en la UGT actual las huellas del sindicalismo revolucionario de Pablo Iglesias, por más que la cultura obrerista siga preserite en los cánticos, las evocaciones emocionales de los discursos o las charlas de los cursillos de formación. El debate en el seno de esa central, como en su rival comunista, se plantea hoy entre diversos tipos de reformismo, definidos en función de la importancia estratégica otorgada a la actividad reivindicativa, a su función asistencial o a su misión institucional. La dosis de confrontación y de concertación a aplicar en cada circunstancia es el eje del debate.
Como el año pasado, el Primero de Mayo llega en un momento presidido por una oleada de conflictividad social que, como casi todas las primaveras, encontrará playa en las inmediaciones de las, vacaciones de verano. Esa marea ha vuelto a poner de manifiesto que, contra lo que fue previsto por los fundadores, el desarrollo del capitalismo no unifica necesariamente, más bien lo contrario, los intereses de los diversos sectores de la clase obrera.
Para mantenerse en el poder, el Gobierno socialista desarrolla una política que responda a inte-reses más amplios y complejos que los representados por los sindicatos. Pero difícilmente podrá llevar a cabo su programa sin la existencia de unas referencias culturales y simbólicas -y de una base social identificada con ellas- en las que apoyar su proyecto de sociedad (de cambio de sociedad). Durante los primeros años de la transición, las centrales mantuvieron una línea de moderación que favoreciera la consolidación de la democracia y la puesta en práctica de ese cambio prometido. La ruptura entre UGT y el Gobierno socialista se ha producido porque, una vez afianzada la democracia y superados los escalones más duros del ajuste económico, los perfiles del proyecto reformista del PSOE se han difuminado.
Ello no significa, como a veces se deduce, que se hayan borrado las fronteras entre lo que hacen los socialdemócratas y lo que haría la derecha en el poder; pero sí que hoy no se percibe con nitidez en virtud de qué proyecto alternativo de sociedad habrían los trabajadores de moderar sus reivindicaciones. Pero en ausencia de proyecto unificador, el sindicalismo se dispersa en corporativismos sectoriales, lo que a su vez relativiza el papel de la clase obrera en la plasmación del proyecto socialista.
El Primero de Mayo de este año se presenta, así pues, en un momento en el que el desencuentro entre los sindicatos y el Gobierno socialista amenaza con arruinar simultáneamente la credibilidad de los primeros y el proyecto del segundo.
Las centrales arriesgan verse arrastradas hacia un gremialismo desnudo, hecho de agravios comparativos, lo que reduciría su incidencia en el proceso de modernización de la sociedad española. Y el Gobierno, incapaz de ofrecer otro mensaje que el de los buenos resultados macroeconómicos, puede perder toda relación orgánica con los representantes de la clase obrera, lo que deslegitimaría drásticamente su proyecto político.
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