Malraux se equivocó
La 'profecia' de que entre gaullismo y comunismo no habría nada, desmentida por los hechos
Uno de los rasgos destacados de la elección presidencial de hoy es la conversión de Francia a la modernidad política, en la que dos fuerzas políticas moderadas se alternan en el poder. La profecía lanzada por el escritor André Malraux, que fue ministro de Cultura con el general Charles de Gaulle, en el sentido de que entre el gaullismo y el comunismo no habría nada, ha quedado convertida en una histórica equivocación, sobre todo a raíz del paso de los socialistas por el poder.
ENVIADO ESPECIALLa profecía es del aventurero de la guerra civil española y buscador de oro en forma de estatuas religiosas en las iglesias asiáticas André Malraux, el autor de L'espoir. Tras la última guerra mundial, cuando ya era fanático perdido del general Charles de Gaulle, el escritor perfiló con una de sus frases fulgurantes lo que sería la Francia de finales de siglo: "Entre los comunistas y nosotros [los gaullistas, se entiende] no habrá nada".
La metedura de pata histórica del que fue ministro gaullista de Cultura que inventó el lavado obligatorio de los edificios de París ya se percibió hace algunos quinquenios, pero las elecciones presidenciales, a partir de la primera ronda de ayer, lo entierran definitivamente como adivino. Estos comicios quedarán en los libros de texto escolares como el inicio palpable de la conversión de Francia a la modernidad política que dictan las sociedades de progreso. Esto es: Francia se inscribe en la geografía de los países normalmente democráticos en los que dos grandes formaciones políticas, una más progresista que la otra (o menos conservadora), garantizan la alternancia, que es base de la evolución en los países modernos.
Hasta 1981, cuando por primera vez conquistaron el poder presidencial los socialistas, la Francia que había dibujado Malraux aún coleaba. Pero el paso por el, poder del partido de Mitterrand. ha derretido un malentendido histórico: que el Estado debía dirigir la economía y los partidos tenían que actuar de rodillas ante una doctrina, la marxista en su caso.
El 'brujo' Mitterrand
Un septenio ha bastado para poner a. cada cual en su sitio y para desmentir definitivamente a Malraux; el comunismo, en Francia, ya no es mucho más que un partido testimonial; por el contrario, el partido socialista, liberado por el pragmatismo de Mitterrand de las tentaciones doctrinarias y convertido a lo que ha dado en llamarse socialdemocracia, se presenta como la fuerza política alternativa, consolidada, que encarna una fracción determinante de la sociedad francesa.
Esta clarificación en el espectro político, que aún continúa, por convencionalismo, calificándose de izquierdas, se debe a que el brujo Mitterrand alió en 1972 su partido socialista recién nacido ad comunista para conquistar el poder y "romper con el capitalisino"; horas después afirmaba ante la Internacional Socialista: "Me uno a los comunistas piara quitarles tres de los cinco millones de votantes que tienen hoy". La labor se ha consumado tal como él la previó.
Mientras el comunismo tenía fuerza y un débil partido socialista militaba en el terreno de la intransigencia ideológica, Francia se mantenía dividida en los dos bandos históricos de buenos y malos, de derechas y de izquierdas. Y la componente intratable conservadora estaba dominada en el último cuarto de siglo por el gaullismo; pero ya en la década de los años sesenta empieza a dibujarse en la arena política un intento liberal, encarnado por Valery Giscard d'Estaing.
"La contrarreforma giscardiana los espantó (a los gaullistas)", se anota en la Historia económica y social de la V República, libro aparecido hace dos semanas en este país, firmado por André Gauron, un especialista cercano a Pierre Béregovoy, ex ministro de Finanzas de Mitterrand y uno de los dos nombres que más suenan como posible primer ministro si el candidato-presidente consigue una segunda victoria el próximo día 8 de mayo.
La prueba del espanto ha llegado a su máxima expresión política en estas elecciones, en las que por primera vez en la vida de la república fundada por De Gaulle se enfrentan dos líderes de lo que ha sido la Francia buena, de derechas: Jacques Chirac, representante de lo que se nombra neogaullismo, y Raymond Barre como intérprete de una Francia centrista-liberal.
En resumen, la Francia de los malos, con el recorte del partido comunista y la moderación de los socialistas, ha desaparecido. Mitterrand, si renovase su septenio, o quien pueda sucederle un día (Laurent Fabius aparece aquí como el más plausible), ya no volvería a las andadas del "cambio de sociedad".
La normalización definitiva queda pendiente de la consolidación de un partido alternante en el espacio liberal-conservador. El gaullismo de rompe y rasga (del que incluso De Gaulle se distanciaba) ya no existe, pero el neogaullismo aún arranca muestras de su historia negra.
"Si Chirac no gana esta elección es por eso, porque se teme, no a él personalmente, sino a las malas costumbres que aún perduran en esa máquina de guerra que es su partido", declara Antoine Gastinau, un votante de Barre. Las mafias del partido gaullista histórico aún no han perdido todo su poder en la actual Asamblea para la República (RPR) de Chirac.
Un lema
"Giscard y Barre nunca desearán ver a Chirac en la presidencia de la República" es un lema en la Francia política de 1988. Los dos primeros quieren liderar el partido conservador que se enfrente al miterrandismo pragmático; el tercero, en alguna medida, es portador de una historia que aún inquieta a una parte de la sociedad francesa. Por ello, un porcentaje de los votantes de Barre en la primera ronda es posible que se sume a Mitterrand en la segunda.
Lo que siga al 8 de mayo próximo perfilará con menos imprecisión la Francia política moderna.
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