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Crítica:'FEDORA'
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Ópera en directo

La retransmisión por la segunda cadena de TVE, el miércoles pasado, desde el Liceo de Barcelona, de la ópera Fedora, de Giordano, plantea un cierto número de interrogantes sobre la validez del directo televisivo cuando de una representación de ópera se trata. Lo que está sobre el tapete es la posibilidad o no de una reconciliación entre dos lenguajes -el operístico y el televisivo- que, de alguna forma, representan dos etapas definidas en la evolución de la civilización.Ya al nivel de las macroestructuras se dan problemas nada despreciables. Un cambio de acto es una operación a veces compleja, que requiere un tiempo antitelevisivo: 50 minutos -que es lo que duraba realmente el cambio entre el segundo y el tercer acto de Fedora- da para un programa largo. Los espectáculos objeto de las actuales pasiones masivas observan estructuras decididamente televisivas: una media parte de un partido de fútbol, de 15 minutos, da para poco más que visitar el excusado y contemplar las repeticiones de las jugadas más destacadas. Por el contrario, tirar de moviola durante casi una hora para repetir las arias más interesantes resultaría sin lugar a dudas un peñazo intolerable.

Para llenar los vertiginosos vacíos se recurrió en el caso de Fedora a espacios pregrabados. Durante el primer entreacto se emitió el programa Mirador -con reportajes que nada tenían que ver con la ópera- y dos entrevistas, a Renata Scotto y Viceng Sardinero, protagonistas de la obra. Durante el segundo, se recurrió a más entrevistas: una al director artístico, Lluís Andreu, y al escénico, Giuseppe de Tomasi; y otra a Plácido Domingo, cortada bruscamente para volver al espectáculo en vivo. También tiene su miga que, tras haber asistido a cuatro representaciones idénticas en cuanto a horarios, un equipo televisivo no atine en los cálculos de los tiempos.

Entrevistas

Supuestamente, pues, las entrevistas guardaban alguna relación con la ópera que se emitía. Eran, efectivamente, los protagonistas, que más tarde aparecerían cantando, los que hablaban: pero lógicamente, al tener que llenar tiempos tan largos, tenían que remontarse, de la mano del conductor, a sus primerísimas experiencias. Y eso, se mire por dónde se quiera, es otro programa que nada tiene que ver con la obra ni con su retransmisión en directo.De cara a aprovechar el directo parecería más adecuado ir a. buscar el ambiente en los palcos, en la platea, en los pisos altos, en el foyer, pulsar opiniones que no necesariamente fueran las de los expertos. Y, más allá del telón, recoger ese momento trepidante del cambio de decorados, la poesía de un maquillaje, lo insólito de unas vocalizaciones. Todo ello contribuiría a recuperar la noción del directo. Porque, la verdad, lo visto la otra noche no conseguía marcar las distancias de un diferido corriente, salvo en la chapuza de cortar una entrevista precipitadamente.

Otra cosa es si el riesgo del directo merece realmente la pena. En una ópera no se marcan goles. Contrariamente a un partido de fútbol, en el que existe una normativa general dentro de la que luego es posible actuar libremente, la partitura constituye el más perfecto y cerrado de cuantos guiones puedan imaginarse. Entonces, una de dos: o se vive la recreación de ese guión compartiendo tiempo y espacio, cosa que no puede darse más que asistiendo a la representación, o bien se hace a distancia, desde la comodidad del sillón casero.

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