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Sospechas

Juan Cruz

Ahora estoy hecho un lío. Me lo ha explicado un catedrático de Derecho Penal, pero no sé decirles qué me ha dicho. Le llamé por la mañana para que me explicara qué significan las sospechas y qué suponen los indicios en un proceso penal. No sé si me ha dicho que las sospechas son indicios o que los indicios son sospechas, o que las sospechas son sospechas y los indicios son indicios. Probablemente me dijo que los indicios son sospechosos y las sospechas resultan indicativas. O acaso me dijo que las sospechas son basura para el cesto de los papeles y los indicios son la parte visible del cuerpo del delito. Da igual.Uno vive en un mundo saturado de explicaciones y sabe que las hay para todos los gustos, porque uno mismo las tiene que dar constantemente. Nos piden explicaciones de nuestros retrasos y de nuestras prisas, de nuestras depresiones y de nuestro entusiasmo. Nos piden explicaciones sobre el origen sospechoso de las alegrías que manifestamos y nos inquieren sobre los indicios racionales de culpabilidad que subyacen en nuestra conducta cuando ésta se desenvuelve en una atmósfera de razonable optimismo.

Así que da igual: la famosa canción de Nicolás Guillén dice que al negro lo matan siempre, tanto si trabaja como si no trabaja. Siempre lo matan. Nos pasa a todos: nos matan siempre, porque en cualquier caso somos sospechosos. Y, por tanto, perseguibles. Pero los jueces son sabios, como es natural, y nos traen la semántica a la cabecera de la cama, para nuestra tranquilidad y la de los comisarios sospechosos. No es lo mismo ser sospechoso que ser indicativo, y por tanto es perfectamente lícito seguir caminando por la calle como si nada hubiera pasado a pesar de que ejerzamos ese viejo oficio de resultar sospechosos. Estamos salvados. Que tiemblen los indicativos y que los sospechosos sigan su rumbo bajo el frío urbano, respirando el olor del gas y escuchando ufanos el trompeteo de las ambulancias. El mundo es suyo porque son sospechosos fuera de toda sospecha.

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