La inspiración de Butragueño salvó al Madrid
El Madrid pasó del infierno a la esperanza en Múnich. Seis minutos fatídicos del primer tiempo le dejaron a merced del Bayern, pero los seis finales del segundo le permitieron mantener la ilusión de acabar con el mito del equipo muniqués, que siempre se ha cruzado en su camino europeo, pero que en esta ocasión se relajó en exceso y ni siquiera actuó con autoridad. Butragueño y Hugo Sánchez se lo hicieron pagar.El propio Emilio decía horas antes que iba a jugar "el encuentro más importante" desde que está en el Madrid. El Buitre se mentalizó a su aire. Se marchó por la mañana a dar un paseo en solitario y, entre la nieve, encontró su peculiar inspiración. Jugó con ganas, hizo frente a las tarascadas de los defensores alemanes occidentales y su chispa compensó la falta de gracia de su entrenador. Y es que Leo Beenhakker no reaccionó en el banquillo más que para recibir una amonestación verbal del árbitro.
Jupp Heynckes, su colega del Bayern, sorprendió a última hora dando la titularidad a Kögl y dejando fuera a Michael Rummenigge, un media punta experimentado que ejerce funciones de enlace entre el centro del campo y los dos delanteros, Wohlfarth y Hughes. Sin duda, atendía a la consigna del ex madridista Paul Breitner en un diario muniqués: "Atacad y se tambalearán los gigantes del Real". Acertaron plenamente el uno y el otro.
Kögl es un extremo rápido, muy habilidoso y de fácil regate con el balón controlado, y puso en continuos aprietos a Chendo arrancando casi siempre con varios metros de ventaja desde más atrás de donde solían situarse los extremos zurdos a la vieja usanza. Ya en el primer minuto, un centro suyo lo cabeceó Wohlfarth al travesaño. La sombra de una nueva goleada madridista en tierras alemanas comenzó a intuirse.
Como contrapartida táctica de la que el Madrid no supo sacar provecho, Heynckes mostró su respeto por el equipo blanco modificando su habitual sistema de juego, por lo general con cuatro zagueros en zona, respaldados en la media por Augenthaler, que se sitúa por delante de la defensa como un libero adelantado. Anoche, sin embargo, el técnico muniqués colocó a Eder y al propio Augenthaler como marcadores de Butragueño y Hugo, con Nachtweih de libre clásico y Flick y Pflügler en las bandas, con lo que cortaba cualquier intento de Michel y Gordillo.
El Madrid apretó los dientes y se dispuso a pasar de la mejor manera posible su particular síndrome alemán. Y lo cierto es que, por momentos, dio la impresión de conseguirlo, manejando los resortes del partido con serenidad y un espíritu colectivo de, sacrificio que se dejaba sentir en detalles como los relevos de Butragueño a Michel cuando éste trataba de recuperar su sitio tras una jugada de ataque. Todos arrimaban el hombro y pudieron sacar pecho si el italiano Casarin hubiese sancionado con penalti un derribo de Nachtweih a Butragueño en el minuto 32.
El encuentro transcurría con apariencia de normalidad hasta que la historia volvió a ponerse del lado del Bayern. Fueron seis minutos fatídicos, los últimos del primer tiempo, en los que el Madrid no supo rebelarse contra su maldita tradición germana. El Bayern encadenó dos goles y se retiró al descanso con la eliminatoria encarrilada.
El Madrid volvió a apretar los puños en los vestuarios y encaró el segundo tiempo con la intención de marcar, al menos, ese gol en campo contrario que más de una vez le ha valido su peso en oro. Pero la historia volvió a golpearle cuando, apenas transcurridos dos minutos, el Bayern lograba su tercer gol.
Había que reaccionar de alguna forma y con rapidez y las miradas se dirigieron al banquillo madridista sin que se encontrara mayor respuesta que gestos y protestas de Beenhakker, a quien Casarin llamó a la banda para amonestarle. El holandés, sin duda, se mostró benévolo con Llorente dejando al triunfador de Oporto sentado para que no se resintiera de su lumbalgia.
Así, pues, el Madrid trató de hacer frente al Bayern con mucha voluntad, pero escaso acierto en jugadores del peso de Jankovic, Michel, Camacho o Gordillo. Sin embargo, el esfuerzo de Martín Vázquez y, sobre todo, las ganas de Butragueño iban a arreglar lo que no se arregló desde el banquillo. El Buitre cazó un despiste de Eder, acortó la distancia y provocó después una falta de Augenthaler que Hugo aprovechó para sorprender al belga Pfaff. El Madrid se encontró así con un regalo que le deja abierta la puerta de las semifinales si es capaz de hacer valer el miedo escénico del Bernabéu.
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