Metadona
Desde que murió Borges, sólo leo encíclicas de Wojtyla. Esas prosas papales son mi metadona contra el mono de literatura fantástica por culpa del realismo sucio, el virus minimalista, la novela histórica, la flaubertitis aguda, la gonorrea melancólica y las paperas nostálgicas. Con el género fantástico me ocurrió lo mismo que con el LSD. Te engancha y de repente la pastilla alucinante desaparece del tráfico narrativo. No rechazo las químicas alternativas, los anfetamínicos realismos de recambio, ciertamente divertidos y subversivos cuando conjugan el presente. Pero hay días que el cuerpo te pide una dosis del viejo ácido fantástico. Entonces suelo mirar hacia el Vaticano.Y no falla. Admito que el estilo del escritor polaco deja mucho que desear, pero los temas de sus encíclicas, junto con esos barrocos nudos y desenlaces teológicos, son hoy por hoy, desaparecidos Borges y Cunqueiro, las únicas muestras de literatura fantástica. Recuerdo una genial encíclica wojtiliana, creo que era la quinta, protagonizada por el Espíritu Santo y en la que el autor apostaba audazmente por la tercera persona en medio de tanto yoísmo y tuteo de la narrativa atea. La siguiente, en plan noveau roman, vindicaba la existencia del vosotros, esas segundas personas del plural que son el origen de la literatura maravillosa: los ángeles. Y en la última, la Sollicitudo rei socialis, lo que faltaba, la metafísica del ellos. Algo genial. Nuestro autor transforma la realidad social en realismo mágico, el naturalismo de Zola en literatura fantástica. Y por el sencillo truco narrativo de sustituir la parte por el todo. La retórica de la caridad por la retórica de la solidaridad, el pobre de misa de 12 por la pobreza tercermundista, la limosna concreta por la bronca abstracta, la hucha cómica del Domund por la ducha del pesimismo cósmico, saltando de la piedad de calderilla al Monte de Piedad para empeñar plata litúrgica. Formidable ejercicio de literatura fantástica para exorcizar el realismo sucio de los teólogos de la liberación. Nunca conocí a un cura más listo.
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