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Australia

Rosa Montero

Acabo de regresar de Australia, que es esa tierra remota que pilla por ahí abajo, allá donde los océanos se desploman lentamente hacia el Polo Sur. De todos es sabido que Australia es un mundo distinto, y como tópica muestra de su originalidad se suele citar a los canguros y a su exclusivo bolsillo en la barriga. Pero hay diferencias más profundas que ese pellejito replegado. Por ejemplo, Australia es un país en el que apena si existe delincuencia. En Sidney, que es una gran ciudad de tres millones de habitantes, se puede andar de noche sin tener que vigilar ansiosamente el eco amedrentante de tus pasos.Hace unos años, Felipe González declaró que prefería morir de un navajazo en el metro de Nueva York que fallecer de forma natural en una cama moscovita. O algo así. Fue una enternecedora frase que no hacía sino alimentar una de las grandes mentiras de nuestra era, a saber, que la libertad genera disturbios y que el precio de la democracia es la violencia. Pero Australia es una sociedad libre en la que apenas si se ve a un policía, y, sin embargo, no hay destripadores suburbiales. Claro que también es una sociedad opulenta y, sobre todo, razonablemente equitativa, con una buena distribución de riquezas, seguro de desempleo indefinido y una calidad de vida alta y pareja. La agresividad del capitalismo occidental está aquí tamizada y corregida; y salvo los aborígenes, que son la gran mancha culpable de este país, los australianos no conocen la miseria.

De modo que la delincuencia .no es un producto de la libertad, sino de la desesperación, de la indignidad y de la desdicha. Hay muchas maneras de vivir en democracia, y el capitalismo extremado, generador de tantas desigualdades, no parece ser la más deseable. La disyuntiva entre el acuchillamiento en Nueva York y la represión soviética es una estupidez, una falacia. Dejemos que Felipe González y sus cachorros liberales sean descuartizados en el metro de Manhattan en trocitos no mayores que un sello, y apliquémonos los demás en construir una sociedad más justa y habitable.

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