Arturo Fernández
Le "universalizó" el programa televisivo de fin de año, y mayormente el guión de ese programa, que obligaba a Arturo Fernández a hacer de sí mismo: de galán maduro de derechas, sexIsymbol de las señoras de Serrano. Empezarnos juntos, o casi, en las pensiones del barrio de Salamanca, hace 30 años, pensiones de estudiantes de arquitectura que ni él ni yo podíamos pagarnos. Por eso no nos ha ido mal del todo; porque hay que empezar por arriba, por encima de los propios medios, wildeanamente. Desde entonces quiero y admiro a este asturiano madriles, rehén de los amores imposibles y los adulterios blancos del mejor barrio de Madrid. Ahora, Arturo ha estrenado una comedia en el Reina Victoria (cambiando su teatro habitué) y uno tiene que decirle, yo tengo que decirle, Arturo, al margen de lo que te haya dicho la crítica, amor, que tú te has parado donde has querido ("mis límites son mi riqueza", dijo el filósofo), y lo que has querido es quedarte en galán, como en otros parámetros lo quiso Alberto Closas, pero que intelectual y fisicamente estabas dotado para ser mucho más, con un poco de Stanislawsky, Actor'Studio, Royal Hart y todo eso.Pero sé que tampoco te arrepientes, Arturo. Ya está bien con llenar la propia biografía, y tú eres el mito masculino y bian de una clase a la que conocemos (como a cualquier clan) precisamente por sus mitos. Toda mitología, legendaria o vigente, nos permite una lectura completa y a fondo de un clan, de una casta. A despecho de Radio Futura o Boadella, hay una clase madrileña tan segura históricamente de sí misma que sigue fija en Arturo Fernández o Julio Iglesias, en el chico bueno y fino que ha llegado, en el mesócrata que salió educadito y que les brinda un adulterio de teatro o canción. El adulterio, en fin, como pecado Venial, que eso eres y representas, Arturo, amor. Pecado venial y producto de consumo para un público que vive la doble moral y todo lo redime mediante el culto de las formas. Todo un barrio elegante de madame Bovarís mentales, cientos, miles de madame Bovarís sin pecado que ven en ti, Arturo, la tentación aséptica, brillante, distante, educada y con clase, sobre todo con mucha clase. No es bueno cambiar de parroquianos, Arturo, amor, y menos a nuestras edades, de modo que sigue en lo tuyo y recuerda cuando entonces.
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