¿Y ahora qué?
Después de más de 40 horas de reuniones, los partidos vascos han firmado un acuerdo para la paz y la normalización de Euskadi. Un partido que no tenía intención inicial de hacerlo, Eusko Alkartasuna, lo ha hecho con reservas. Otro partido, coalición o batiburrillo, Herri Batasuna, han observado en silencio el largo debate, a veces con satisfacción, aunque sin dar un paso más allá, pues no están los tiempos para disgustar a sus poderes fácticos. Porque la disputa ha sido, entre otras cosas, un hermoso regalo de Navidad a Herri Batasuna.La larga discusión, que estaba desgastando notablemente a los partidos políticos ante la opinión pública, se planteaba sobre dos elementos fundamentales que nunca se han abordado con claridad. Uno es el de si se consideraba necesaria tal declaración o no. Para más de un observador no hacía ninguna falta pronunciarse tras la declaración institucional del Parlamento vasco sobre la violencia de 1985. Por una necesidad de dar un paso adelante y repetir la declaración sobre la violencia pero abordando además sus causas, de manera estricta o desaforada con fines partidistas, se quería llegar a un gesto que confirmara la voluntad de responder a algo que preocupa mucho, aunque no parece que a demasiados: la respuesta de los demócratas a la violencia. Que tiene que ser clara, dar pasos hacia adelante, olvidar el miedo y ser capaz de enfrentarse con el terror.
Pero esto exige tener conciencia clara de en qué consiste el miedo político a enfrentarse con el terror. Contra él están programáticamente todos los partidos democráticos vascos, pero otra cosa es que se hayan superado los reflejos paralizantes que emanan de ese terror. Teóricamente, todos están contra ETA, contra los hombres malignos del espacio, contra los muertos vivientes, contra Drácula y contra la versión menos ajustada a la realidad del monstruo de Frankenstein. Pero ésa es una declaración de principios que exige pasar a la práctica. Y a esa práctica no se pasa fácilmente, por lo que el pacto, se ha dicho, puede ser el primer paso. No hay movilización política contra el terror, y el miedo a hacerlo tiene dos características principales: la física y la política. El miedo físico existe y es incluso fácil de advertir; el miedo político está, para algunos partidos, en la reacción futura de los 200.000 vascos que aplauden a ETA, a Drácula, a los aterradores hombres del espacio, a los muertos vivientes y a la peor versión del hombrecillo de Frankenstein. Y a veces el miedo a esos 200.000 votos es muy importante y sus efectos pueden ser mucho más paralizantes que los producidos por el puro terror.
El otro elemento fundamental siempre mal abordado es la necesidad real de discutir o no condiciones políticas cuando se habla de la violencia o se acuerda sobre ella. Para pacto contra el terror y la violencia ya estaba la declaración institucional.
Para ir más allá, de manera más simbólica que real, algunos trataban de imponer las máximas condiciones: cotas de autogobierno o autodeterminación, por ejemplo. Cuando lo que hay que pactar hablando de violencia es la entrega de las armas y las condiciones de salida de las cárceles de los etarras según qué condiciones. ¿Hasta dónde puede llegar una declaración de compromiso sobre las condiciones de pacificación? Porque ¿cuáles son esas condiciones aparte del fin de ETA?
Son demasiados años manejando la falacia de que ETA es el resultado de una forma de Gobierno, incluso democrática, que impide la práctica política regular a un sector de vascos. Esto es falso. Cuando se exige autodeterminación por los partidos democráticos se realiza un ejercicio político lícito, pero cuando se dice que el fin de la violencia sólo podrá llegar si se conceden avances en la posibilidad de esta opción política, se está manipulando la realidad de manera burda. ETA no está matando ya ni por la opresión franquista vagamente continuada ni por la opresión a la lengua ni por la opresión nacional ni por la victoria del comunismo interpretado por gentes tan enciclopédicamente ignorantes como son la mayoría de los dirigentes históricos de Herri Batasuna en cualquiera de sus negociados, sea el que sea el que se reclama de un marxismo que ya ni siquiera es el de Groucho sino más bien el de Harpo, que aún tiene menos texto. Nada de esto es cierto, y reunirse para buscar el "origen de la violencia" es practicar un darwinismo electorero sin ninguna gracia cuando hay muertos por medio. Y que eso es así lo certifican precisamente los partidos nacionalistas democráticos. Porque ellos practican la política sin necesidad de la violencia, y no creo que acepten considerarse menos vascos que los etarras, los hacheberrianos, los jarrais y otras órdenes menores.
Es necesario terminar con ese lenguaje. Frente al terror hace falta la decidida voluntad de enfrentarse a él por los medios políticos y policiales que la legalidad democrática señala y ofrecer una salida a quienes en caso contrario se empecinarán en la continuidad sangrienta. Ninguna declaración bondadosa de los partidos vascos va a frenar la decisión de ETA de seguir matando. Es más que probable que la respuesta a la declaración de Vitoria se esté preparando ya. Hablar o negociar una vez más, y hasta la náusea, de que la violencia tiene unas raíces que sigue manteniendo en la democracia, cuando se ha llegado a las cotas actuales de autogobierno y cuando se puede defender su ampliación por los medios políticos que la mayoría de los nacionalistas utilizan es perder el tiempo e intentar engañar a la realidad. Además de degradar la función política de los partidos vascos hasta llevarlos a aquello que decía Jonathan Swift: "Los mismos espíritus que en su superior progreso conquistarían un reino, bajando hacia el ano terminan en una fístula".
El pacto finalmente conseguido se enfrenta a un terror desnudo de justificaciones. Estamos ante la violencia de mantenimiento de la propia violencia, el sueño disparatado de algún líder extraviado o la simple falta de capacidad para reconocer los límites en que la ética separa a los racionales de los irracionales. La violencia va a continuar y el pacto habrá de enfrentarse a ella. La violencia está preparando ahora mismo su próximo golpe, el que intenta demostrar que ni pactos ni firmas sirven para nada aunque sean convenientes como gesto. Eusko Alkartasuna ha firmado con la condición de que se desarrolle o despliegue la Ertzaintza. Pero ¿hay alguien que crea todavía que ETA va a dejar de matar porque se despliegue la Ertzaintza? Ya hemos hecho el gesto. Ya está sellada la unión de los demócratas contra la violencía, ya se ha alcanzado el símbolo unitario, ¿y ahora qué?
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