'Bonsais'
El Rey tiene un soberbio bonsai que cuida personalmente, y Felipe González encarga para la Moncloa un museo de bonsais, un arboretum con razas autonómicas. La duquesa de Badajoz y otras grandezas inauguran exposiciones de esas pequeñeces arbóreas de¡ Oriente. Los altos cargos de la Administración cuelgan las Adidas, suspenden el pedaleo del cuarto de baño, desertan del squash y, con idéntico fervor que cuando sudaban, combaten el estrés con clases particulares de bonsais según el método zen. ¿Qué está pasando aquí? ¿Cómo interpretar la súbita pasión de las altas esferas por los árboles enanos? ¿Por qué estas Navidades el bonsai zen desbancó al abeto protestante? Y lo verdaderamente extraño, ¿cómo es posible que los comentaristas políticos, maestros en leer silencios, ojeras, gestos y hobbies, no hagan lecturas de esta exótica fiebre bonsai que sólo ataca al poder?
El bonsai es árbol muy rico en signos, como ya advirtió Barthes. ¿Significa el arboretum de la Moncloa un radical cambio de escala, el abandono de la pasión macroeconómica por los pequeños problemas olvidados? 0, por el contrario, ¿es la manera de proclamar la derrota de aquellos gigantescos y ruidosos troncos del producto nacional bruto plantados durante el franquismo, y decimos al mismo tiempo que el jardín ya está reconvertido y listo para el minicultivo de esas feraces tecnologías de lo micro? ¿Son los bonsais una metáfora de la sociedad civil? O, lo que es igual, ¿son una elegante autocrítica al crecimiento de la fronda burocrática, a la espesa ramificación funcionarial, al engorde del Estado? ¿Tratan de implantar una ciencia o sólo es cultivo de paciencia? ¿Anuncian estos ejercicios de jibarismo vegetal la próxima reducción de cabezas molestas?
No sé. Entiendo mucho de bonsais, pero nada de política. Por eso me sulfura el silencio de los comentaristas, como si fuera normal que el poder en pleno, de repente, inicie la repoblación forestal del país más desértico de Europa a base de árboles enanos, budistas y semióticos.
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