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Tribuna
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Cohabitación

La disminución de la tensión en el seno de la familia es una tendencia que pudimos ya registrar en los estudios originados por el Año de la Juventud (Zárraga, Conde, Ibáñez, Marqués-Duart-Fdez. Victoriano, ectétera). Hay menos bronca que cuando la generación progre comía el pan paterno. Los padres han renunciado a ver cumplido en los hijos modelo alguno y a que vuelvan a casa a una hora fija; los hijos ya no acusan al padre de burgués o aburguesado y reconocen de buen grado las ventajas hosteleras del hogar familiar. El televisor funciona como amortiguador en el caso de que apetezca comentar algo. Se trata más de una desimplicación recíproca que de una coincidencia de criterios. En los estudios cualitativos los hijos a menudo no ven conflicto con los padres porque no hay suficiente base común. Estamos en la era de la cohabitación.La aceptación social del trabajo extradomiciliario de la mujer es ya general y es significativo que en cualquier caso las mujeres tienen claro su deseo de un puesto de trabajo. En este terreno la línea emancipatoria resiste perfectamente las propuestas regresivas que el paro y la crisis del estado de bienestar alientan. Ahora bien, como refleja esta encuesta de Demoscopia que comentamos, el ritmo de asunción por los varones de responsabilidades domésticas es muy lento. Si relacionamos ambos fenómenos nos encontramos con que la doble jornada parece ser el presente y horizonte inmediato de la mujer española.

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Importancia familiar

No es extraño, por tanto, que aunque la importancia familiar del padre no disminuya (a fin de cuentas, el poder, y sus símbolos siguen siendo masculinos) su influencia reconocida sea menor que la de la madre y ésta pueda estar ascendiendo con el tiempo más que descendiendo con la edad del sujeto, atendiendo a estos mismos datos de Demoscopia. Nuestros propios datos sobre la estructura de la confianza revelan una situación bastante clara (sólo un 6% de los jóvenes valencianos contarían un problema íntimo en primer lugar al padre, frente a un 20% que lo harían a la madre; sólo un 15% es al padre a quien consultan con mayor frecuencia, frente a un 28% que lo hacen a la madre), y la primera encuesta Omnibus de 1984 refleja una situación parecida. Frente a un padre devaluado por los héroes televisivos que pasa de todo, la madre puede estar empezando a ser un personaje interesante y no sólo un armario afectivo.

Un apunte: si la mujer se enfrenta a la doble jornada y, lo que es más grave, lo hace con éxito, ¿por dónde va a estallar? No he leído el último Informe Hite, pero parece verosímil que la venganza femenina -que no feminista- pueda ser reclamar del marido más cariño, indeterminadas o insensatas proezas sexuales o que al menos sea guapito.

Los resultados del sondeo de Demoscopia no van por ahí, es cierto. Toda oveja se declara contenta con su pareja.

Sin embargo, no parece claro que la satisfacción con la vida familiar o con la pareja pueda ser medida, o más exactamente autoevaluada, a través de la técnica de encuesta. Suspenderse en matrimonio o en paternidad ante un desconocido entrevistador no es algo que apetezca hacer. Presentarse como masoquista, tampoco. Y menos en vísperas navideñas.

Ante este tipo de cuestiones, el entrevistado tiende a proteger su imagen. Hace años, en una encuesta a delincuentes juveniles, pude comprobar que autocalificaban de aceptable o bueno su ambiente familiar jóvenes que, por otra parte, declaraban que en su casa los padres siempre estaban discutiendo por dinero y nunca les hacían regalos.

Los trapos sucios se lavan en casa, o se airean en la peluquería. El método de encuesta, utilísimo para saber cuánta gente compré la semana pasada pasta dentífrica o cuánta votará en unas elecciones ciertas a un candidato cierto, tiene sus limitaciones. Una aproximación al tema de la satisfacción conyugal o familiar sólo podría venir del empleo de métodos cualitativos como la entrevista en profundidad o el grupo de discusión y en cualquier caso de una fina discriminación de niveles de significado, retóricas y defensas.

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