Sudor y lágrimas
Tennessee Williams estrena su más célebre pieza en los escenarios neoyorquinos en diciembre de 1947: Un tranvía llamado deseo. La puesta en escena corre a cargo de Elia Kazan. Sus intérpretes, Jessica Tandy, Marlon Brando, Kim Punter y Karl Malden, todos ellos excelentes. La obra cosecha un gran éxito, sobrepasa las 800 representaciones y, cuatro años después, se decide llevarla a la pantalla.La traslación es de una fidelidad absoluta -todo y que, por problemas de censura, algunos aspectos encrespados, sobre todo en lo referente a la connotación sexual de la trama, quedan ligeramente limadosy por ello el tan sobado término de teatrofilmado halla aquí sentido absoluto. Kazan repite en la dirección y los actores vuelven a encamar a sus desquiciados personajes, con la excepción de la Tandy, sustituida, tras haber sido descartadas otras actrices, por Vivien Leigli, mujer que había alcanzado su celebridad en Lo que el viento se llevó, y que ya, en los escenarios de Londres y dirigida por Laurence Olivier, a la sazón su marido, había encamado el papel de la neurótica, ninfómana, insatisfecha Blanche Dubois.
A casi 40 años vista, Un tranvía llamado deseo aparece como un dramón vetusto, francamente apolillado, aunque todavía resoplan en él los malolientes perfumes con que se baña continuamente Blanche, los sudores míticos de la camiseta del basto polaco que encarna Brando y otros hedores propios de ese Sur compacto, decadente que tenía por norma pintarnos Williams. Vamos, que la tempestad de Un tranvía llamado deseo contiene relámpagos cuya descarga eléctrica son todavía capaces de sacudir nuestros nervios.
Un tranvía llamado deseo se emite hoy, a las 22.15, por TVE-1.
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