Elogio de un banquero
EL DIA 1 de enero de 1986, con la integración de España en la Comunidad Europea, empezó la verdadera transición económica en nuestro país. Superada con éxito la transición política, comenzaba una nueva etapa que ha de suponer profundos cambios en las estructuras de poder. En estos dos años se ha afianzado la interdependencia respecto de nuestro entorno y hemos sufrido los efectos de una balanza comercial cada vez más deficitaria. Sin embargo, los terremotos de la integración europea aún no han llegado.Para evitar los daños de estos terremotos, que previsiblemente tendrán su epicentro en el año 1992, es preciso, entre otras cosas, adecuar el sistema financiero de forma que con la libre y plena circulación de capitales España no se convierta simplemente en una sucursal más de las grandes entidades bancarias europeas y conserve una buena parte de su capacidad y soberanía crediticias. Éste es el mensaje que durante muchos años ha predicado, casi como una voz en el desierto, el presidente M Banco de Bilbao, José Ángel Sánchez Asiaín.
Ocurre que mientras el mensaje ha sido teórico ha merecido el cabeceo positivo y los aplausos de la comunidad financiera y empresarial española, halagada de encontrar en su seno un intelectual orgánico tan brillante como Asiaín. El presidente vasco ha dado esplendor a un sector poco inclinado a la modernidad y a la brillantez intelectual. Sin embargo, cuando la entidad vasca ha decidido poner en práctica sus teorías, las cañas se han tornado en lanzas y casi con unanimidad los portavoces más tradicionales y conservadores del mundo de los negocios lo han acusado de romper el statu quo protector y oligopolista.
Pero los hechos objetivos están ahí: España no posee entidades financieras equivalentes a su producto nacional bruto; el primer banco español (cuyo presidente es el que más se ha opuesto a las fusiones bancarias) tiene una dimensión que apenas se acerca a la cuarta parte de su homólogo británico o alemán. Y si bien es cierto que la envergadura de un banco no asegura per se su mayor capacidad de competencia, también lo es que un banco más grande es más capaz de penetrar en mayores mercados que un banco pequeño; que un banco grande es más capaz de resistir los tiburoneos especulativos que una entidad pequeña, lo que redunda positivamente en los beneficios de los pequeños accionistas, la inmensa mayoría; y que un banco grande genera mejores economías de escala para aumentar su margen comercial y reducir los costes, verdadero cáncer del sistema español, que una entidad pequeña.
Sánchez Asiaín ha sido el primero en verlo y el primero en intentar ponerlo en práctica, lo que sin duda le eleva a la categoría de heterodoxo o a la galería de raros del sector financiero, un sector, repetimos, alineado en su mayor parte con el conservadurismo más rancio y más tradicional de nuestro país.
El fracaso con que ha terminado el intento de fusión del Banco de Bilbao con el Español de Crédito es, por consiguiente, un fracaso histórico que retardará la plena integración europea y, lo que es peor, que la hará más difícil para nuestro país. El error de Sánchez Asiaín, su ingenuidad, como él la denomina, ha sido creer que España es una economía libre de mercado cuando el reglamentismo y las resistencias al cambio rezuman en el mundo económico por todos sus poros. Y especial mención hay que hacer a la actitud del síndico de la Bolsa de Madrid, que al rechazar la oferta pública de compra de acciones presentada por el Banco de Bilbao ha dado una interpretación estrecha y reglamentista a una legislación nueva, con escasos precedentes y mínimo rodaje, que no parece coincidir con el espíritu del legislador. Un síndico que con apenas 10 meses de rodaje en su puesto ha estado ya en el ojo del huracán con la suspensión de la cotización de las acciones de FECSA cuya parcial actuación en este caso es un motivo añadido para proceder con urgencia a la modernización legal y profesional de las bolsas españolas. Tiene razón Asiaín de que alguien ha de responder en algún momento del fracaso de una operación cuyo fin era homologar un gran banco español con sus competidores europeos. No serán necesarios muchos años para saber quién se ha equivocado. Mientras tanto, es justo valorar la estatura moral y científica de quien ha defendido la necesidad de una modernización en el elefantiásico mundo de las finanzas españolas.
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