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Hombres próximos a Guerra toman posiciones para controlar las 'primarias' del 31º Congreso del PSOE

Las organizaciones locales y provinciales del PSOE han sido convocadas para elegir a los delegados que asistirán al 31º congreso federal del próximo enero, en un proceso que comenzará mañana, lunes, y terminará a finales de este mes. Fracasados los intentos de tender puentes con la UGT, hombres próximos al vicepresidente del Gobierno y vicesecretario general del partido, Alfonso Guerra, están tomando posiciones para controlar los conflictos que la elección de delegados va a suscitar en las diferentes organizaciones territoriales socialistas como consecuencia de las discrepancias regionales y locales.

Los guerristas se han adelantado así a tomar el control de la mayor parte de la federación socialista andaluza, de la que dependen el 25% de los votos del congreso. La situación permanece indecisa en Sevilla, donde parece menor la desigualdad de fuerzas entre los guerristas y los partidarios del presidente de la Junta de Andalucía y actual secretario regional, José Rodríguez de la Borbolla.También en la federación valenciana -con un 15% de los votos- son perceptibles dos tendencias, si bien vinculadas a cuestiones más personales que políticas. El sector principal apoya a Joan Lerma, presidente de la Generalitat valenciana, pero hay otros grupos situados en torno a Ciprià Ciscar, conseller de Cultura, y al presidente de las Cortes Valencianas, Antonio García Miralles.

Lerma, cuyas relaciones con la dirección del partido son poco fluidas, acaricia la idea de acudir al congreso federal con una delegación única de toda la Comunidad Valenciana; sin embargo, las otras tendencias se han mostrado más partidarias del sistema de representación por comarcas.

En otras federaciones -Castilla-La Mancha, Cantabria, parte de Castilla y León no se plantean problemas para la línea oficial. Todos estos datos configuran, de entrada, una plataforma de apoyo considerable al núcleo básico de la ejecutiva federal.

La representación en el congreso federal se basa en las organizaciones territoriales y no funciona como representación de corrientes políticas, de forma que una persona o un sector no pueden llegar al salón de sesiones por sí mismos, sino que necesitan el 20% de los votos en la asamblea donde se efectúe la elección primaria. Por eso, las personalidades aisladas tienen menos importancia que los sectores organizados.

Ése es uno de los problemas de militantes socialistas que ocuparon altos cargos, como el ex ministro de Obras Públicas, Julián Campo, o el ex subsecretario de Cultura, Mario Trinidad. Este pequeño grupo de reflexión se ve obligado a negociar la inclusión de sus nombres en las listas de una federación.

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Julián Campo, actual consejero del Banco de España, quien, en contra de su voluntad, ha sido situado en muchas informaciones periodísticas como cabeza de un nuevo sector crítico, mantiene relaciones amistosas con el secretario general de la federación madrileña, Joaquín Leguina, con quien se reunió hace pocos días. Ésa podría ser la vía de acceso del ex ministro al congreso.

Los procedimientos de elección acentúan también las dificultades de Izquierda Socialista. A estas alturas, dicha corriente no tiene garantizado el 20% de los votos en algún congreso regional o provincial.

En este y en otros ámbitos socialistas madrileños se abre paso la idea de "redefinir la izquierda del partido". El portillo parece abierto, en función de las posiciones contrarias a la oficial o mayoritaria, adoptadas por UGT y por el sector que se sitúa en torno a Leguina. Sin embargo, la nueva izquierda es un proyecto aún muy verde.

Los hombres supuestamente vinculados a Guerra y a la actual ejecutiva federal -muy activos, aunque minoritarios en Madrid- podrían desestabilizar a Leguina, si se sitúa "demasiado cerca del precipicio", según un dirigente madrileño.

El 'problema UGT'

Mientras, el paso del tiempo confirma la gravedad del enfrentamiento entre el sector mayoritario de UGT, situado en torno a su secretario general, Nicolás Redondo, y la dirección del Gobierno y del PSOE. Están en juego dos modelos de conducta: mantener la tradicional relación UGT-PSOE o acentuar la autonomía del sindicato respecto del partido.En este problema, el propio Guerra se ha visto desbordado: las reuniones para intentar acuerdos sobre los presupuestos fueron interpretadas por los sindicalistas como un compromiso de aceptar sus tesis. Al no prosperar, UGT presentó el resultado como una derrota de Guerra frente al ministro de Economía, Carlos Solchaga.

"Si lo que querían era buscar un aliado en el vicepresidente, han errado el tiro, porque lo último que Guerra admitiría es que un ministro ha echado abajo un compromiso adquirido por él", comentan fuentes gubernamentales.

Hasta ahora, el mutuo apoyo entre ugetistas y dirigentes del PSOE convertía en normal el acceso de numerosos sindicalistas a los congresos del partido. Pero en las actuales condiciones, la situación cambia: no sólo por la eventualidad de que la dirección de UGT plantee una retirada global de los ugetistas, sino porque su presencia en ciertas delegaciones podría verse como una alianza contra la dirección, actual.

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