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IDS

Desde hace unos días no veo a mi alrededor más que gente potencialmente portadora del IDS (síndrome de inhibición del deseo sexual). Periodistas, contables, carteros, fontaneros, mecánicos, deshollinadores, futbolistas, fabricantes de tejidos de Sabadell, alfareros, picadores y hasta presentadores del telediario: una verdadera vorágine de flacidez por doquier, de laciedad aquí y allá.Gracias a las últimas informaciones aparecidas en los medios de comunicación y a los sexólogos ahora sé que cuando no nos apetece es porque estamos inhibidos, y ese conocimiento ha rasgado cual membrana la escasa confianza en mí misma que me quedaba, hasta el punto de que, cuando me apetece, me siento rara y distinta, desinhibida, diría yo, lo cual acaba por inhibirme, y estamos en las mismas.

Por la noche despierto sudorosa en medio de extrañas pesadillas. Se me imagina, por ejemplo, que el futuro político de China se presenta inquietante, pues la edad de los nuevos líderes arroja el turbador promedio de 64.20 años por gorra, una chavalada, lo que quiere decir que están justo en ese período en que el humano padece, según los más recientes estudios, el tenebroso IDS. Porque sabido es que, así como en Occidente la desgana se presenta en torno a los 40 tacos, en Oriente, con el gingseng, tienen para ir tirando hasta la sesentena, y a partir de aquí, tararí que te vi. A plantar hortensias.

Desvelada por estas pesimistas imágenes, sigo dándole al tarro y llego incluso a preguntarme cómo debe ser la vida sexual de los sexólogos. ¿Normal, regular, maravillosa? ¿Espléndida, ni fu ni fa, si yo te contara, para lanzar cohetes? El colmo del horror lo rozo cuando pienso que, quizá, también son víctimas del nuevo espanto social con iniciales. Cielos, ¡también ellos! ¿0 acaso fueron, precisamente, los primeros? Sea como fuere, nos tienen bien apañados.

Lo cual, según como se mire, no deja de ser un consuelo.

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