El Madrid cedió en Bilbao su primer empate
El Real Madrid no dictó en San Mamés su famoso ejercicio de estilo. Frente al Athlétic, admitió su primer empate después de un partido bravo, aunque sin gran brillantez. La falta de un conductor eficaz lastró el juego madrídista, que se tornó machacón y correoso, muy lejano a las exhibiciones que ha brindado repetidamente desde el inicio de temporada.El trepidante ritmo del partido -sobre todo en los primeros 25 minutos- no logró ocultar las sustanciales diferencias entre las dos escuadras. El Real Madrid trató de mover el cuero con mimo, leves y rápidos apoyos en busca de la aceleración eléctrica de Hugo y Butragueño, que se asomaron amenazantes en el inicio del encuentro. Tuvo Butragueño la sentencia en una contra que le dejó solo frente a Biurrun. Pero el rubio perdonó.
El Athlétic apuró su suerte con el fútbol sencillo y agresivo de sus mejores días. El balón volaba a las esquinas, y de allí, rápido, al área. Buyo planeó en un formidable zapatazo de Joseba Aguirre y luego brincó en un cabezazo de Uralde que buscaba la cueva.
Si la tensión futbolística decayó un tanto fue porque el Real Madrid no se movió con su demoledora eficacia habitual. Martín Vázquez no se erigió en ningún momento en el patrón de la armada blanca. El chico luce maneras y tiene pegada, pero no es un líder y, en ocasiones, se muestra atolondrado. Sin un suministrador coherente, el Real Madrid no gozó nunca del cuero y vivió instantes de confusión en el área de Buyo. La entrada de Jankovic no se reveló decisiva. El yugoslavo hizo un mutis descarado y sus compañeros se vieron de pronto sin conductor y con problemas. La confianza se resquebrajó y, poco a poco, el aire imponente del equipo dejó hueco a la lucha sorda y profesional, a la búsqueda de un resultado decente. Un equipo rebajado, en suma.
Vislumbró el Athlétic el desconcierto rival y se afirmó en el césped. Los jóvenes de Kendall pelearon y ganaron palmo a palmo terreno. Propiciaron alguna ocasión -Uralde peinó con mucha intención un balón que rozó el palo izquierdo-, encerraron al Real Madrid y se despojaron de los temores. Además, la defensa se mantuvo firme, animada por la presencia de Salinas, muy atento a las evoluciones de Hugo Sánchez, fuente inagotable de problemas para los bilbaínos desde que inició su aventura europea.
El Real Madrid, se estiró levemente según transcurría el segundo período. La progresión, muy temida por los locales, fue tacaña. Apenas unos minutos en el arranque de esta parte. Michel, que no había aparecido en escena, buscó la banda derecha y se lanzó en un par de carreras hacia la línea de fondo. Su contribución se cifró en dos balones colocados sobre el segundo palo. Los regalos no merecieron el aprecio de Hugo Sánchez. El mexicano no ofreció ningún rastro de su mortífero olfato. Nunca San Mamés le ha visto tan apático.
La menguada reacción del Madrid culminó con un espectacular martillazo de Gordillo, que lanzó la pelota directa a la escuadra desde el semicírculo del área. Biurrun, muy en la línea acrobática de su colega Buyo, se estiró y voló hacia el ángulo. Su manotazo provocó el clamor en la catedral y la desolación en las filas blancas, sabedores los jugadores de Beenhakker que el partido era muy parco en oportunidades de fuste y que no se podían desaprovechar. El Madrid se apagó de inmediato. Michel se difuminó de nuevo en tierra de nadie y la línea media retomó su papel discreto, casi mediocre, que le había caracterizado el primer tiempo.
El Athlétic, desgastado por el esfuerzo físico, dejaba más espacios. El problema nacía en el centro del campo. Joseba Aguirre, un jugador generoso, pero que paga su trabajo en el tramo final de los partidos, dejó de atosigar en el medio del terreno y creó una falla para las subidas de Solana. Pero la zaga local no ofreció la imagen endeble del partido frente a la Real Sociedad y aguantó los tímidos intentos del Real Madrid, que no dejó ver un atisbo de frescura en su juego. El número de errores en la entrega fue escandaloso. Jugadores que dominan todas las artes del juego, reputados artistas, perdían la esfera en acciones simples, de manual. Terminó por confiar el Real Madrid en la magia de sus astros. En una de éstas, mediada la segunda parte, Butragueño dibujó una verónica exquisita en la mediana y dejó el camino libre a Solana. El potente cruce de Andrinúa evitó la estocada del chicarrón.
Pero la pérdida del respeto por parte de los bilbaínos era evidente. Empujados por la casta, virtud que no declina en las filas vascas, el Athlétic contó con una de esas ocasiones meridianas, tan dulces que los delanteros sueñan obsesivamente con ellas. Un balón cruzado desde la derecha fue recogido en el vértice del área chica por Elguezábal. Pudo fusilar, o desviar, o levantar, o driblar. Pero el balón le llegó a la zurda, esa pierna sólo es para el interior un elemento de apoyo. Una bandada de defensas se echó sobre él y abortó la amenaza. Sonó entonces la campana y los dos equipos firmaron el armisticio. El Athlétic, ya sin fuerzas, aceptó el empate. El Madrid, sorprendido y despistado, también se resignó a perder en la noche de San Mamés su trayectoria inmaculada.
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