La fidelidad a la literatura
El destino que espera a Doctor Fausto es horrible: se quedará sin espectadores. Como todas las injusticias, es inevitable. La excelente serie alemana no es muy comprensible, por su lenguaje y por su abreviatura de imágenes; el espectador medió no la alcanza. Cuestión de cultura; pero también por la costumbre de seguir las narraciones en televisión entre conversaciones, Ramadas de teléfono, bocados de cena o saboreo de copa y cigarro, que no se adapta a esta densidad literaria y de imagen.Thomas Mann escribió esta novela grande en su ancianidad (1947: a los 72 años), dueño de unos enormes resortes de lenguaje y de unos conocimientos musicológicos y filosóficos profundos. El traductor español -nunca se dan nombre de traductores ni de actores de doblaje en televisión: es injusto- lo ha seguido con una fidelidad considerable, probablemente más valiosa para la escritura que para la forma oral; pero da con el castellano capaz de imitar la profundidad de Mann, con un vocabulario rico y unas formas arcaizantes que pueden repeler a los oyentes desde que se pronuncian las primeras palabras.
La figura central, la del supuesto compositor Adrian Leverkühn, está inspirada por Nietzsche, y ésta es una clave que aquí se pierde; mientras el amigo que narra es el propio Thomas Mann, y sus discusiones o digresiones suponen el encuentro de dos filosofías. El revuelo del demonio por toda la historia tiene un significado distinto que en Goethe o en Marlowe o en cualquiera de los mitos fáusticos: no está referido al protagonista, sino a Alemania.
Claves de la serie
El demonio del totalitarismo, el de abarcar simultáneamente el bien y el mal; y su forma de ser recibido por los jóvenes, es alusivo a la Alemania contemporánea a la escritura de la obra -y algunas imágenes del documental lo sitúan así en la serie-, como consecuencia de la guerra y del estupor de la derrota. Sin estas claves la serie pierde, el lenguaje parece enfático, los actores secundarios, excesivos, el discurso del protagonista, fruto de la locura. Queda la belleza de las imágenes: el ambiente denso de la taberna iniciática, el misterio mortal de los prostíbulos, el aire del campo con sus nubes de presagio. Puede no ser suficiente para la forma mayoritaria de ver y oír la televisión. La maestría del director Franz Seitz consiste en recoger en el mínimo de tiempo la abundancia de peripecias en la narración, el pensamiento filosófico, la pureza del diálogo, la introspección alemana. Serie para complacer a minorías cultas; eso es suficiente para programarla.En el mismo día en que comenzaba el Doctor Fausto terminaba la Casa desolada (Bleak house) de Dickens en la primera cadena, y en la segunda se daba una adaptación al cine de una novela de D. H. Lawrence, Mujeres enamoradas (Women in love), dirigida por Ken Russell. Parece un profundo reconocimiento de la dependencia de la televisión -en cuanto a lo dramático- de la gran literatura. Por la tarde, Gonzalo Torrente Ballester, en un programa realizado para defender el idioma (Hablando claro, que es una desdichada muestra de desconocimiento y de cómo los presentadores no consideran que la prosodia y la sintaxis forman parte del idioma), había explicado que es enteramente falsa la idea de que una imagen vale por mil palabras. Si Fausto era un ejemplo, Casa desolada lo ha sido mejor para la incorporación de espectadores de cultura media o baja. Es verdad que Dickens escribió para lectores de una condición parecida y que la mayor parte de sus obras se publicó así, fragmentada, en folletines, en páginas de periódico (hasta el punto de que la última, El misterio de Edwin Drood, se quedó sin terminar por la muerte del autor, y nunca se supo la naturaleza de ese misterio). La serie tenía, además, dos virtudes que parecen exclusivamente británicas: una es la de la adecuación de repartos y la interpretación de los actores, siempre de primer orden, y otra la de manejar la luz y los decorados, de manera que se consigue siempre el realismo sin romper el misterio, la profundidad y la perspectiva que producen una sensación de relieve.
El modelo alemán
La televisión alemana parece un poco más plana, pero la reconstrucción de ambientes y la densidad de los personajes es inimitable. El Doctor Fausto no mejora la ya considerable serie de novelas de Thomas Mann producidas por los alemanes y traídas a España (el monumento de La montaña mágica, en la que estuvo también presente siempre la capacidad de abreviatura sin pérdida de identidad; la ligereza de Felix Krull o el ambiente dramático de la ciudad comerciante de Lübeck en Los Buddenbrooks) pero es digna de ellas. La lección que se podría aprovechar por parte de los profesionales de televisión -y de cine y de teatro- en estas series es la preservación de la literatura escrita como novela al trasladarla a otro sistema de exposición artística; la fidelidad. La perderán.Doctor Fausto se emite hoy, a las 21.10, por TVE-1.
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