Un futuro difícil
LA ELECCIÓN, en muy difíciles circunstancias, del profesor español Federico Mayor Zaragoza como candidato oficial a la Dirección General de la Unesco es el triunfo de la sensatez frente a los maquiavelismos que han convertido al Consejo Ejecutivo de esa institución en el vertedero de las más bajas pasiones y ambiciones. Las condiciones del triunfo, sin embargo, no han sido las de un consenso que hubiera garantizado el nombramiento en la Asamblea General del próximo 7 de noviembre, sino las de una victoria por 30 votos contra 20 y la oposición de un gran número de Estados africanos. Por esta causa, aunque los 158 miembros de la ONU ratifiquen el nombramiento, la negativa a volver a la organización de Estados Unidos y por el momento la del Reino Unido, más la oposición del continente negro permitirían augurar una gestión difícil al candidato español.Destinada a ser sede de las más altas preocupaciones morales e intelectuales, la Unesco ha caído en el abismo de la politiquería, en la que se mezclan los personalismos y el trueque de toda clase de intereses a cambio de votos o recomendaciones. El resultado de ayer, con todos sus aspectos positivos, demuestra que siguen la intransigencia y los personalismos, y ése es un ambiente que hace muy difícil concebir una salida hacia adelante.
Es la primera vez que un español es elegido como candidato para un cargo de tal importancia en el conjunto de las organizaciones internacionales. Ello indica, sin duda, además de los méritos de la persona, que España está ocupando un creciente papel en la comunidad de las naciones. Sin embargo, sería peligroso e injusto asimilar la elección de Mayor a una simple "victoria española". Primero, porque el Gobierno español se mostró durante bastante tiempo reservado ante esa candidatura. Se despertó tarde, si bien cuando se dio cuenta de que podría triunfar y de que ello tendría una repercusión sumamente importante para el papel internacional de España, se lanzó a fondo a apoyarla. Ese apoyo ha sido eficaz en la última etapa, y ha de seguir siéndolo ahora, sobre todo porque la candidatura de Mayor no ha contado con lo que hubiera sido más deseable en estas circunstancias: el consenso de la Comunidad Europea, imposible de lograr porque Francia prefirió inicialmente atender a sus intereses africanos a impulsar la propuesta diferente que representa el aspirante español.
El científico español presentó su candidatura desde el primer momento como independiente, poniendo por delante sus méritos personales para ocupar el cargo: el hecho de haber sido durante varios años director general adjunto y después asesor del propio M'Bow. El primer apoyo recibido no provino de los Estados, sino de hombres de ciencia, entre ellos 11 Premios Nobel, que afirmaron su convicción de que era el mejor para el cargo. El Consejo Ejecutivo ha tenido en cuenta, mayoritariamente, esas circunstancias, y ha puesto sobre la mesa el nombre de quien puede resultar capaz de centrar a la Unesco en sus objetivos esenciales.
De los meandros por los que han discurrido las votaciones de los últimos días es inevitable mencionar el papel desempeñado por la URSS. Su intervención ha sido decisiva para evitar la progresiva marcha hacia el caos de la organización, debida no sólo a la gestión de M'Bow, sino de modo particular a la presión excesiva que la propia Unión Soviética ejercía en esa organización, para reforzar sus lazos con el Tercer Mundo. En su nueva actitud ha jugado un papel importante el interés de Moscú por desembozar todas las posibles líneas de diálogo, entre ellas la Unesco, con Occidente.
A esta organización se le abre ahora un período de esperanza. La timorata actividad diplomática española ha de cambiar de signo para lograr un consenso general en tomo a la candidatura de Mayor Zaragoza, que aparece en estos momentos como la personalidad internacional con más garantías para reconducir a la Unesco por el camino de la ecuanimidad y la eficacia.
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