La inadaptación de las casas
La ciudad es el gran mal de nuestro tiempo. Fue ideada para lograr de los hombres una vida rica en actividades creadoras. Pero en los tiempos del progreso técnico la ciudad es un lugar caótico, desordenado e informe, y su colapso es el colapso del hombre. Hablar de la ciudad es hacerlo de sus casas.
Hemos revolucionado el transporte, la educación, hasta nuestra vestimenta... Sólo nuestras viejas casas y sus métodos permanecen. Hasta tal punto nos hemos acostumbrado a este hecho que es difícil describir su profunda inadaptación a nuestra vida. Pero lo cierto es que la insatisfacción de nuestra vida cotidiana se debe en gran parte a esta incapacidad de nuestra casa y nuestra ciudad para vivir en armonía con la naturaleza.Una casa es un espacio para el espíritu que satisface eficazmente las necesidades cotidianas. Un lugar presidido por la relación con la naturaleza: el sol, el aire y la contemplación del paisaje forman parte de ella. Es también un conjunto de herramientas para el bienestar, y debemos esperar de ella el nivel de confort que tiene nuestro automóvil o un electrodoméstico.
Según estas consideraciones, en nuestra ciudad no hay casas. Pues damos por bueno habitar frente a un patio de luces o a una estrecha calle ruidosa y sin luz, no ver desde nuestra casa ni el cielo ni el sol y, en definitiva, vivir agrupados en bloques que no son más que una mera suma de viviendas que sólo nos ofrecen el rostro negativo de la vida en común. Si llegar a nuestra casa es ya un problema y nuestros hijos no pueden siquiera mantener una relación sensata con el entorno, nuestra casa no es otra cosa que unos cuantos metros cuadrados protegidos de la lluvia.
Empecemos por reconocer claramente que la ciudad moderna -la ciudad a la que aspiramos- es la ciudad-verde. Esto es, una ciudad concebida como un gran jardín sobre el que se ordenan nuestros edificios de viviendas, planeados de forma que la distancia entre ellos nos permita disponer de una casa abierta y elevada sobre el paisaje de la ciudad, recibiendo el sol durante todo el día, alejada de las vías de tráfico. Edificios en los que dispongamos de todos los elementos necesarios para un desarrollo libre y feliz de los niños, con todos los servicios comunes -deporte, abastecimiento, aparcamiento, seguridad- que hoy constituyen un constante conflicto y que ni la casa aislada ni la ciudad vieja pueden ofrecer.
Una ciudad en la que convivan la velocidad del paseo y del automóvil, porque es inútil y ciego seguir empeñados en expulsar el coche de nuestra vida. No se trata de cambiar al hombre para que sobreviva en una ciudad antigua; es la ciudad la que debe ser a imagen de quienes la habitan. No es sensato vivir en pleno conflicto de tráfico, ruido y desorden, con una insana obsesión de huida a la naturaleza, vivir a 20 kilómetros del lugar de trabajo o del centro; sufrir durante todos los días de nuestra vida los efectos de una ciudad caótica porque no hemos tenido la voluntad de afrontar nuestros auténticos problemas.
Madrid se está desarrollando sobre las mismas pautas de hace 200 años, y crece, se desparrama y nos expulsa de su corazón enfermo. Emprender la tarea de la nueva ciudad no es una quimera: es posible y, sobre todo, necesario. La ciudad va a cambiar: podemos dejar que siga haciéndolo desordenadamente o bien ocuparnos de controlar su evolución.
Cien años de retraso
La Administración construye cada año miles de viviendas en nuestras ciudades, con unos modelos y unas tecnologías con 100 años de retraso, y lo hace sin ningún objetivo, ni plan dirigido a la mejora de nuestra ciudad. Sin ninguna expectativa, sin ningún plan destinado a la reorganización de nuestra industria. La iniciativa privada opera con la misma indiferencia, pues no ha sido involucrada en ninguna operación urbanística de alcance.
El instrumento imprescindible para emprender la renovación de la ciudad es el inmueble colectivo con servicios comunes para 1.000 o 2.000 habitantes construido en serie. La cuestión fundamental es la escala de la organización urbana. Y todos los instrumentos que estamos empleando hoy tienen la escala de una ciudad de miles de habitantes, no de millones, y de aquí su inoperancia. La ciudad asimila toda operación de renovación sin conmoverse. Si hemos entendido que nuestro tiempo exige grandes centrales de producción energética, grandes fábricas de construcción de automóviles, grandes petroleros, grandes carreteras, debemos comprender que la actitud ante la ciudad no puede ser distinta.
Un edificio, construido sobre un jardín, compuesto por unas 300 a 500 viviendas caracterizadas por poseer todo un frente de vidrio y una gran terraza, de forma que la casa se abra sobre el paisaje, alojando en sus plantas bajas todos los automóviles e incluyendo los elementos comunes que hacen de la vida colectiva algo deseable y no un mal de la ciudad. No se abrumen por la dimensión del artefacto: es éste precisamente el dato que le permite a cambio vivir como en el ático aterrazado que usted desea, en una ciudad a escala humana.
Con una herramienta de estas características la ciudad deja de ser un problema innumerable para estar compuesta por un número limitado de edificios. Esto es, se convierte en un trabajo abordable. Concretamente, bastaría realizar en Madrid del orden de 1.000 o 2.000 edificios para tener una ciudad concebida a nuestra medida.
Esto sólo es posible contando con la industria, que encuentra aquí un plan posible: la fabricación de viviendas en serie. De nuevo le prevengo: gracias a la fabricación en serie tenemos automóviles y electrodomésticos, pues sólo la industrialización hace accesible un producto de un alto nivel de calidad. Mientras la vivienda siga siendo un producto artesanal, una buena casa será un privilegio.
Industrializar la casa, construir nuestra casa en serie es la única solución a la escala de nuestros problemas, y la única forma de que la casa se beneficie del nivel de calidad de una sociedad industrial. El Estado tiene que organizar un plan para la ciudad, comprometer en él a la iniciativa privada y acometer la producción industrial del inmueble colectivo moderno, formado por viviendas modernas, empleado como instrumento en la renovación de nuestra ciudad.
es arquitecto.
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