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Crítica:'EL PUENTE DE WATERLOO'
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Cumbres románticas

Televisión Española aparca, hasta el próximo mes Las noches de Cabiria, programada para el día de hoy, y se apresura a cubrir su expediente necrofílico con la proyección como homenaje al realizador recientamente fallecido Mervin LeRoy, de la carismática El puente de Waterloo. Aplaudamos, de entrada, el gesto. Consideremos, también, su aplastante esterilidad, pues dificilmente puede ser una obra, una sola obra, representativa de su autor, y mucho menos tratándose de un autor como Mervin LeRoy.Por otro lado, considérese el abismo que separa a un autor de verdad, el también recientemente fallecido John Huston, por poner un ejemplo de un realizador de oficio brillante y limpios contornos narrativos. Claro está que no sólo de autores vive el cine, y que sin gente como LeRoy, los grandes, por falta de contraste serían pequeños.

El puente de Waterloo emite hoy a las 22

10 por TVE-1.

Perogrullada conclusa, señalemos que El puente de Waterloo es uno de esos entrañables folletines a los que dar proclive ha sido el séptimo arte y sigue siendo (¿qué es Hijos de un dios menor sino un inmenso folletín de arcaica tradición?). Folletín, cumbre romántica, que debe tener unos sólidos pilares para poder sustentarse. Los tienen Rober Taylor y Vivien Leigh. Sin el star system, Hollywood no hubiera sobrevivido, aunque hay que reconocer que antes, ya sea por el blanco y negro, por el glamour del tiempo o por una especial sensibilidad ya extinta, los filmes románticos tenían mayor temperatura. La tenía Lo que el viento se llevó (también con Vivien Leigh) y la tenía La dama de las camelias (también con Robert Taylor), como la tiene El puente de Waterloo, todo y ser una obra de menor hechura que los citados.

Pinceladas

¿Por qué? Quizá por pisar un terreno donde prevalecen los impulsos externos al razonamiento de sus motivos internos. El amor lo pintan, LeRoy y su equipo, con un par de insuficientes pinceladas, conscientes de que el espectador no tardará en sentirse identificado ante el dolor que padecen los dos hermosos rostros de la pantalla. Lo demás viene dado por el tratamiento: vestidos, peinados, primeros planos de la actriz y pulidísimos perfiles nos arrastran, sin remisión, al torbellino pasional deseado en está triste historia de bailarina desesperada por el amor y obligada, en años de guerra, a practicar la prostitución.Como en los mítines, un buen traje y el cuello bien anudado ayudan a convencer. La capacidad del cine hollywoodiense de los años dorados en general y de la Metro en particular para ganarse al espectador atacando a su débil corazón está fuera de toda duda. El puente de Waterloo es un bello ejemplar de cine sedoso, inmaculado y torrencial a la antigua usanza. No están tampoco los tiempos como para no dejarse seducir ante sus encantos de alta cosmética.

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