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El patriotismo de Unamuno

La actitud de Unamuno ante la idea de la patria tuvo su más explícita expresión en sus ensayos La crisis actual del patriotismo español (diciembre de 1905), La patria y el ejército (febrero de 1906) y Más sobre la crisis del patriotismo (marzo de 1906), y en la conferencia que Sobre el estado actual de España pronunció, también en febrero de 1906, en el teatro de la Zarzuela, de Madrid. Tal vez no sea inoportuno glosar hoy lo que excitator Hispaniae entonces dijo.

I. El ejército y el patriotismo. "No odio al ejército", afirmó tajantemente Unamuno; pero, en la sociedad española, añadió sin demora, "el ejército no es popular". ¿Por qué? ¿Hay en España militarismo, intervención estamental del ejército en la vida política? Unamuno lo niega -unos años más tarde no lo hubiera hecho-; lo que en nuestro ejército hay es la cerrada convicción de ser el más calificado titular del patriotismo. ¿Es así?

El patriotismo del ejército, piensa Unamuno, no es simple amor a la patria y disposición a morir por ella; en su expresión concreta, ese patriotismo se realiza como sometimiento a una disciplina rígida, fuera de la cual no habría verdadero amor a la patria. Más que juzgar cuanto de él discrepa, lo que el ejército quiere es enjuiciar, encausar al discrepante, y a esto es a lo que aspira el proyecto de ley que Hamaron de "jurisdicciones".

Por otro lado, del patriotismo del ejército es parte esencial el centralismo uniformador. Y ni como vasco ni como español renovador puede admitir Unarnuno ese desmesurado centralismo.

El ejército, en fin, tiende a solidarizarse, cuando no a fundirse, con el modo tradicional de la religiosidad española; bien elocuentemente lo había demostrado la disposición con que el general Despujol decretó el destierro de José Rizal.

II. Nueva idea de la patria. No, responde Unamuno; los militares no sienten la patria más vivamente y mejor que los patriotas civiles. "También da su vida por la patria", escribe, "el que la consume día a día al servicio de su cultura y su prosperidad". Es, pues, necesaria una nueva idea de la patria.

Tal como Unamuno la concibe, tres son los presupuestos inexcusables de esa idea:

1. Libertad de conciencia real y efectiva, y, como consecuencia, amplia libertad de crítica ante la idea tradicional del patriotismo y ante la tradicional resistencia al examen de la conducta histórica. Una redondilla de Guillén de Castro ("Procure siempre acertalla / el honrado y principal; / pero si la acierta mal, / sostenella y no enmendalla") sería la clave de esa pertinaz actitud del patriota a la española.

2. Convicción de que la España castellanizada, origen y sede de ese caduco modo del patriotismo, ha perdido su antigua vigencia. Dos versos de un soneto de Hernando de Acuña ("Una grey y un pastor sólo en el suelo / un monarca, un imperio y una espada") serían el mayestático antecedente del, patriotismo centralista.

3. Confianza plena en que la verdad nos hará libres. "Palo, palo, palo", oye Unamuno decir, y él responde: "Verdad, verdad, verdad". Que cada cual tenga la valentía y la honradez de decir en público lo que dice en privado.

Fundado el patriotismo nuevo sobre estos tres presupuestos, tres notas esenciales lo constituyen:

1. El buen patriotismo tiene dos raíces, una sentimental (el apego a la tierra y la costumbre) y otra intelectual (la idea de la patria como entidad histórica). Una y otra raíz deben integrarse en el alma de los españoles. ¿Cómo? Por lo pronto -exigencia táctica-, logrando que los partidos políticos no sean partidos de ricos o partidos de pobres. Algo del socialista juvenil queda en el Unarnuno de la madurez. Y más hondamente -exigencia histórica-, creando una tradición nueva, capaz de superar las deficiencias de la antigua y envejecida.

2. La nueva patria y la tradición nueva deben resultar, tienen que resultar de la cooperación de las diversas castas peninsulares, tal y como Unamuno las entiende; cooperación que él concibe como rivalidad y oposición mutuamente fecundantes.

Más que en una mayor capacidad de adaptación, la selección natural -acaba de leerlo en un libro del biólogo darwinista Rolph- consiste en una pugna por demostrar superioridad. Ahora bien: ¿en qué consiste ser superior? ¿En la aniquilación del inferior? Más humano, no lo ve así Unamuno. En la vida histórica no es superior el que aniquila, sino el que puede dar más y da más de hecho. El espíritu se acrecienta dándolo; y, así, sin dejar de ser lucha -Unamuno no postula el panfilismo-, la buena lucha se convierte en abrazo.

Frontal y enérgica es su condena del egoísmo particularista de los catalanes y los vascos, que no quieren enfrentarse con los demás ni demostrar, dándoles de sí, que son superiores a ellos. Ante la postración de España no clama Unamuno "¡Sálvese quien pueda!', sino "¡Salvémonos todos!". Porque, o nos salvamos todos, o todos nos hundimos.

3. Realizándose a sí mismas y dándose a las demás, todas las castas de España deben cooperar en el empeño de edificar la nueva patria y la nueva tradición. Y puesto que Unamuno se sentía medularmente vasco, además; de sentirse medularmente español, parece necesario mostrar cómo en su madurez veía, la presencia de Vasconia en la vida histórica de España.

En el vasquismo del Unamuno juvenil, el espíritu castellano y el espíritu vasco eran inconciliables entre sí. En el vasquismo de la madurez de Unamuno, en cambio, uno y otro son conciliables. ¿Cómo?

Para que tal conciliación se produzca, es condición previa que castellanos y vascos coincidan en su repulsa del castellanismo tradicional. Y, para predicar con el ejemplo, él, además de oponerse al castellanismo centralista y al modo castellano de sentir y practicar la religión, se complace abominando de las costumbres y los gustos que en España suelen pasar por castizos, desde las corridas de toros a las gracias y canciones del género chico.

Pero los vascos no deben conforrmarse con la crítica de un mal entendido castellanismo. El vasco cabal debe realizarse mostrando con dichos y hechos la Fuerza y la valía que el ser de veras vasco lleva consigo. "¡Imponeos!", dice Unamuno a sus conterráneos. Porque no sólo capacidad para la industria y la administración tiene el vasco; también para heredar y actuafizar el espíritu de Don Quijote. Entre los pueblos de Hispania, el vasco "es el más capacitado para la íntima vida de la cultura espiritual", y esto debe demostrar en la empresa de hacerse a sí mismo.

Pero, con una condición previa, añade Unamuno: la activa renuncia al uso del vascuence. El vascuense se muere, piensa él, y el deber idiomático de todo vasco actual y ambicioso consiste en dejar que muera cuanto antes. "Castilla ha dado al pueblo vasco el pan espiritual de su idionia"; y, para su plena realización histórica en el conjunto de las castas españolas, de ese pan deben hacer los vascos manjar propio y cotidiano.

Con cierta alarma íntima ve Unamuno los peligros que amenazan a su propuesta: la retracción egoísta del pueblo vasco en sí mismo; la versión integrista y no liberal de la religiosidad de su nacionalismo; la miopía ante la necesaria adaptación de la cultura vasca al nivel histórico-cultural, no sólo técnico e industrial, del siglo que entonces alborea. Todo esto se opondría a la buena marcha de la gran empresa que Unamuno propone: la integración de los dos modos de entender la patria, el sentimental y el intelectivo, por parte de una Vasconia verdaderamente actual y verdaderamente ambiciosa. Pero, pese a estos peligros, Unamuno espera. Herida, muy herida ya esta esperanza suya, con ella en el alma, habló en el paraninfo de la universidad de Salamanca, el 12 de octubre de 1936.

Admirable y actual, muy admirable y muy actual me parece la propuesta que Unamuno hizo a los españoles en 1906. ¿Enteramente admirable y enterarnente actual? No lo pienso yo. En nombre de su propio pensamiento -recordadlo: "La sangre de mi espíritu es mi lengua"- creo que esa actitud suya ante la integración de Vasconia en España debe ser severanlente revisada.

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