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¿Fin de la ambiguedad fronteriza?

Las elecciones de junio han provocado, como era lógico, muchas interpretaciones y algunas clarificaciones. Al margen de las versiones oficialistas de los partidos, siempre optimistas y vencedoras, hay tres aspectos que creo marcan y, eventualmente, marcarán un cambio no sólo estratégico sino también de los propios contenidos ideológicos de las formaciones partidistas españolas. La celebración, por otra parte, de los congresos del PSOE y del PC, sin duda, podrá coadyuvar a esta renovación.Los tres aspectos, a mi juicio, son: políticamente, la desaparición del modelo, más voluntarista que real, del bipartidismo que se quiso estructurar entre PSOE y AP, la consolidación de un centro progresista (CDS) y el auge de los regionalismos de muchas comunidades autónomas. Socialmente, la contestación del sindicalismo a la política económica neoliberal practicada por el Gobierno: confrontación fuerte entre UGT y PSOE, desarrollo de confluencias entre UGT y CC OO. Y al mismo tiempo, oposición de sectores profesionales cualificados que consideran lesionados sus derechos; por último, ideológicamente, se observa, por algunas declaraciones furtivas o frontales, una recuestionabilidad de las ideologías como soportes necesarios para conseguir operatividad política, reafirmación e identidad de proyectos o, simplemente, para mantener el statu quo. Así, el verano ha servido, sin dramatismos y descansadamente, para que las reflexiones afloren desde diversos ángulos y perspectivas.

Un dato histórico puede servirnos de punto de partida. La transición española fue hecha desde una ambivalencia consciente: no fue tanto el resultado de una ambigüedad sino de una clara ambivalencia, que es algo distinto. Por una parte, como es normal en todo período constituyente, se produjo en el marco de una fuerte radicalización ideológica en todos los grupos de la izquierda, en general de la oposición democrática, y, paralelamente, una inhibición, defensiva y temerosa en los sectores conservadores y franquistas residuales. Por otra parte, el cálculo político llevaba a compensar la ideologización teórica con un pragmatismo sutil y transaccional: no sólo el PC actuó dentro de la ambivalencia, sino también el PSOE e incluso el PSP, que era, probablemente, el partido con más carga ideológica y utópica (lo que Tierno denominaba revolución cultural). La interrelación entre ideologización y pragmatismo, desde la oposición, llevó a buen fin una transición que, de otra forma, hubiese sido -si se hace- más conflictiva y dificil. Pero todo proceso ambivalente, aun con resultados positivos, provoca una frustración. Paradójicamente, el cambio político real, que dirigió Adolfo Suárez, se vivió por la izquierda genérica como un cambio frustrante: así, amplios sectores sociales (trabajadores y burguesía progresista) querían seguir viviendo desde la ideologización histórica que se crea y se anima en el antifranquismo tradicional. Las consecuencias fueron, entre otras, la atomización del PC y la desaparición o integración de otros partidos. El ciclo PSOE será diferente: de una capitalización inicial a una frustración tardía. En este sentido, el triunfo del PSOE en 1982 no fue tanto la desunión del conglomerado político de un seudopartido (UCD), aunque tuvo influencias ciertas, como la conciencia extendida de quererse situar en una ideología que proyectase y viabilizase un cambio. El PSOE capitalizará una falsa frustración (el cambio político hecho desde el centro derecha) y un deseo real (un cambio social que este último sector, evidentemente, no podía hacer). El PSOE obtendrá, desde esta doble visión, los apoyos sociales necesarios para iniciar un cambio total e idealizado: internamente, con objetivos: de ruptura de formas de vida, de estructuras tradicionales; externamente, con un posicionamiento progresista y semineutralista, sin dejar de, ser europeísta y, desde luego, anti-OTAN.

¿Qué ocurre en estos últimos años? El mantenimiento de una conciencia ideológica crítica, por lo que se refiere al PSOE, llevaría a la práctica política de enfrentamientos inevitables: con los poderes fácticos (iglesia, fuerzas armadas, grupos financieros), con la hegemonía americana agravada por la, Administración republicana, con los planteamientos conservadores económicos internacionales y muy homogeneizados. Hubiesen surgido por doquier decenas de entusiastas Vargas Llosa. Había que optar entre la estabilidad o el cambio, y el PSOE elige el primer camino. No sé si el PSOE, en cuanto partido de gobierno, que no de poder, tenía otra salida, al menos salida con éxito, pero el hecho es que se decide por la seguridad, que, obviamente, frena y frustra el cambio idealizado. La OTAN, por sus repercusiones populares, fue, sin duda, el último gran test ideológico: había la intención de que, en cualquier caso, no saldríamos de la OTAN ni. podríamos salir realmente, pero también había un rechazo amplio a ratificar algo que quedaba como el último residuo ideológico: en España, como en otros tiempos en Francia, se prefería a Sartre más que a Aron, pero se impone Aron.

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La ideologización crítica, el voluntarismo utópico, va dando paso a una ideologización tecnocrática, es decir, a una desideologización calculada. Fenómeno no exclusivo del PSOE sino, en general, de gran parte de la izquierda. A este posicionamiento se le irá denominando, primero con novedad de converso y más tarde con escepticismo resignado, la modernización: se importa así la ideología parcial de la sociología americana de los años cincuenta. No se cita, es cierto, a los precursores o sistematizadores yanquis, pero, por ejemplo, las tesis, bucólicas y tecnocráticas del ex trotsquista Burham están implícitas en todo este pensamiento directorial. Por señalar algunos hechos, se agudizan la disolución y distancia con respecto al marxismo y a toda especulación crítica, se relanza el buen mito europeo de la utopización de lo concreto pero no en la versión de Bloch, se consolida el pragmatismo en las relaciones con Estados Unidos y la Alianza Atlántica, se intenta con mayor o menor éxito la neutralización del sindicalismo ugetista para conseguir una colaboración en la reestructuración económica. A estos factores internos habría que añadir otros externos al PSOE: las tensiones en el PC, que, de partido eje durante el franquismo, pasa a disgregarse en grupos antagónicos; la voladura del centro político que lidera la transición; la imposibilidad objetiva de la derecha para constituir una alternativa política real. La devaluación ideológica, es decir, la modernización gradualizada y tecnocratizada, era posible -y hasta ahora fue posible- desde dos presupuestos básicos políticosociales que han periclitado: la no aceptación del proyecto neoliberal. por el sindicalismo y la no cristalización del esquema seudobipartidista.

La salida de la devaluación ideológica por parte del PSOE aparece así inevitable. Si estos dos supuestos se han modificado y en efecto se han alterado sustancialmente, un nuevo proyecto se impone. El problema estará en qué tipo de alternativa se piensa: en una simple mixtificación o en algo más profundo. Hace unos días, en un periódico costero, leí algo que me sorprendió: una referencia, no sé si por azar, al Velfare State o Estado de bienestar. Me sorprendió no por la novedad imaginativa, que no es mucha, sino por la marcha atrás ideológica y constitucional del Estado social y democrático de derecho (ay, Elías, ¿por qué no te leen?). Pero esto es ya otra cuestión, que habrá que analizar. En todo caso, el cambio, si se hace, será positivo: para el PSOE y para las demás fuerzas políticas. Más aún: para todo el sistema de partidos que configura nuestra sociedad política.

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