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Una 'marea negra' invade Jerusalén

La violencia de los judíos ultraortodoxos obliga a las familias laicas a abandonar la ciudad

Millares de judíos ultraortodoxos se manifestaron por decimocuarta semana consecutiva en Jerusalén, el viernes por la noche, cuando comienza el Shabath, es decir, el domingo de los hebreos, enfrentándose a la policía y arrojando piedras para protestar contra la apertura de cuatro salas de cine. Por decimocuarta vez también, centenares de policías se encuentran movilizados desde ese día para garantizar el orden en Jerusalén.

Armados de porras, gases lacrimógenos y camiones cisterna, mientras un helicóptero vigilaba los movimientos de los ultraortodoxos, los policías se vieron obligados una vez más a sacrificar su día de fiesta semanal para que los cines no fueran atacados y para que los ciudadanos no religiosos que paseaban por la calle no fueran molestados. En definitiva: guardias de la paz contra guardias del Shabath.

Todos los días de la semana, como ocurre en el resto de las grandes ciudades israelíes, Jerusalén es una colmena rebosante de vida. El viernes, la agitación se acentúa para terminarlo todo antes de que llegue el Shabath. Cuando se ve en el cielo la primera estrella, signo de comienzo del Shabath, todo movimiento cesa. Los habitantes de la ciudad, sean religiosos o no, han regresado a sus casas y un manto de silencio cae sobre Jerusalén. En este sentido, Jerusalén es distinta a las otras ciudades israelíes.

La proyección de películas en cuatro salas de Jerusalén, todas ellas situadas en los barrios laicos, ha provocado una ola de indignación en los medios ortodoxos, que ven en ello un precedente peligroso, una brecha en "el muro de santidad que rodea y protege a Jerusalén".

Pero decenas de miles de jóvenes, ávidos de diversión, exigen que, igual que los cines, queden abiertos durante el Shabath cafés, teatros y discotecas como el resto de los días, y sobre todo la noche del viernes, ya que al día siguiente, día festivo, se puede dormir hasta bien avanzada la mañana. El alcalde de Jerusalén, Teddy KoIlek, laborista, comprende estas exigencias de la juventud: "A pesar de que la comunidad ultraortodoxa de esta ciudad aumenta sin cesar y llega a constituir hoy cerca del 30% de .los 350.000 judíos que viven en Jerusalén, sigo siendo el alcalde de la mayoría, y digo claramente que más vale que los jóvenes puedan ir el viernes por la noche al cine a que se droguen o se metan en una habitación a jugar a las cartas". El alcalde tiene otras razones: las familias laicas han comenzado a abandonar Jerusalén, y el ritmo creciente de esta huida toma el aspecto de un éxodo.

Cansados de las piedras que arrojan los ultraortodoxos contra sus coches, hartos de los insultos y la violencia física y desanimados por la pasividad de la policía frente al vandalismo creciente que destruye tiendas e incendia las viviendas de los no conformistas, los laicos se van de Jerusalén.

Esta hemorragia inquieta al alcalde pero entusiasma a los ultraortodoxos. Sus familias numerosas (tienen una media de siete hijos por pareja) invaden poco a poco la ciudad, imponiendo su ley y su forma de vida primero en su casa, después en su calle y finalmente en su barrio. Tras algún tiempo de resistencia, las familias laicas venden sus apartamentos, generalmente a religiosos ultras, que de esta forma se hacen con el control de un barrio entero. Y los habitantes laicos de Jerusalén temen que la marea negra (alusión a los caftanes negros con que se visten los ortodoxos) cubra toda la ciudad.

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