La nevera
Volver de vacaciones es a veces un placer. Ese taxista que el 1 de septiembre te recibe gruñendo "ya están todos aquí" es un personaje entrañable, casi de la familia. Y, por otro lado, ¿qué más excitante, para una mujer que regresa, que encontrarse con el lívido farmacéutico de costumbre convertido en un bronceado tritón? De repente, comprar un Alka-Seltzer es casi como ponerle la primera piedra de un chalé al novio de Estefanía de Mónaco.Entras en tu piso, la cerradura no ha sido forzada, todo está en orden; las plantas, mal que bien, sobreviven echando brazaditas en la bañera. Y entonces, fatalmente, empiezas a descubrir que algo no funciona. Un tufo, un pestazo, una vaharada nauseabunda te llega desde la cocina. Maldición, cavilas con horror, ¿qué demonios habré dejado en la nevera? ¿Un trozo de roquefort? ¿Una peineta de Martirio hecha con huevas en aceite? ¿Morcilla berroqueña, petisús? ¿Chipirones en su tinta, mediasnoches con jamón, restos de un bacalao al pil-pil?
Muchacha, no seas ilusa. Tu nevera nunca pasó del vodka en el congelador y los optalidones gran reserva -de antes de la prohibición- metidos en formol para que aguanten. Tu nevera es de periodista estrafalaria: de hecho, siempre te has preguntado qué tal lo llevarían ahí dentro un par de docenas de libros y unas cuantas carpetas rebosantes de documentación.
Sin embargo, no obstante, pese a todo, huele que trasciende. Hiede que transporta. Para ser concreta: ofende. Mas, conociéndote, no puede tratarse de un asunto de alimentación. Ni siquiera de una sopa de sobre, un cubito, una lata Campbell, un congelado eterno de brotes de soja. No. Lo que despide humores desde lo más profundo de mi frigorífico tiene que ser una noticia veraniega estancada.
No se lo digan a nadie, pero eso que asoma por ahí, ese montoncito pardo, ha sido titular de primera durante muchos días. He descubierto el fiambre de Rudolf Hess en el artefacto que generalmente se utiliza como verdulero.
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