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La revista 'Glasnost', en dificultades

Las tribulaciones de Grigoriants al frente de su publicación disidente

Pilar Bonet

El racismo contra los tártaros de Crimea, una campaña de captación de colaboradores por parte del KGB (Comité de Seguridad del Estado) y la destrucción de los archivos históricos de la época de Stalin son algunos de los temas tratados en el segundo número de la revista disidente soviética Glasnost (Transparencia), que acaba de aparecer en Moscú con grandes dificultades. Sus responsables se encuentran bajo vigilancia policial, y su redactor jefe, Serguel Grigoriants, ha sido atacado públicamente en la Prensa moscovita, que lo acusa, entre otras cosas, de antisovietismo.

Glasnost, que nació con vocación de legalidad a finales de junio, sigue sin recibir la autorización pedida para poder ser impresa y distribuida de forma oficial. El segundo número, que tiene 178 páginas, es, como el primero, una obra de confección artesanal a base de copias realizadas con papel carbón en tandas de cinco. La fotocopiadora o el ciclostil quedan muy lejos de la redacción dirigida por Serguei Grigoriants, un crítico literario que ha asumido la responsabilidad de Glasnost.

Grigoriants fue liberado el pasado invierno del campo de internamiento donde cumplía condena acusado de delitos políticos. Las dificultades técnicas y la falta de una situación clara son algunos de los obstáculos con que choca Glasnost, que pretende poner a prueba la democratización anunciada por los dirigentes políticos de la URSS.

La única respuesta pública por parte de los medios oficiales soviéticos ha sido hasta ahora un artículo publicado en el periódico Vechernaia Moskva, donde se acusaba a la revista de antisovietismo y de apoyar la perestroika (reestructuración) sólo con objeto de ponerlo todo patas arriba.

El artículo atribuía a Grigoriants delitos comunes. Éste ha negado los cargos contra él y ha opinado que el ataque contra su persona es un modo de desacreditar la revista. Para el autor del artículo en Vechernaia Moskva, que firmaba con seudónimo, Transparencia no hay más que una, es decir, la oficial, "amplia, honrada, grande y única".

El vicepresidente del Goskomizdat (Comité Estatal de Publicaciones), D. Mamleev, dijo que Glasnost no puede ser registrada porque "no representa a nadie", según aseguró Grigoriants.

Un colectivo de varias decenas de personas se halla detrás de la publicación, cuya tirada no ha pasado de algo más de 70 ejemplares en el primer número.

Glasnost publica, sin embargo, artículos de muy distinta procedencia que cubren un amplio espectro temático de carácter crítico y vienen avalados por multitud de firmas. El segundo número incluye por primera vez algunas colaboraciones extranjeras.

Acción policial

Grigoriants dice haberse negado a presentar la revista a la censura o glavlit, tal como le pidió un representante de la fiscalía al Comité Central. Un grupo de agentes policiales trató la semana pasada de obligar a los redactores de Glasnost a abandonar el local donde trabajan, un apartamento particular, según afirmaron testigos presenciales. Un grupo de 34 tártaros residentes en el pueblo de Jolmskii, en Krasnodarski Krai (al norte del Cáucaso) han enviado un telegrama al fiscal general de la URSS quejándose del comportamiento de sus vecinos, incluidos dirigentes del partido, que acusan a los tártaros en público de querer "rajar" a los niños rusos. Otros casos semejantes eran denunciados desde otros lugares.

En una carta dirigida al Soviet Supremo, también publicada por Glasnost, el poeta Evgueni Evtushenko, por otra parte, protestaba contra la "forma bárbara" en que los tártaros eran expulsados de nuevo de su' tierra en Crimea cuando trataban de regresar.

Evtushenko se pronunciaba por el fin de las "relaciones antihumanitarias" a que se había sometido a los tártaros y aseguraba que "es hora ( ... ) de permitirles vivir y trabajar allí donde les indique su corazón y el recuerdo de su corazón".

Sobre la destrucción de los archivos históricos ha escrito en Glasnost el joven historiador Dimitri lurasov, quien el pasado abril asombró al público soviético con sus revelaciones sobre la represión de los años treinta. Según Iurasov, tanto las autoridades militares como el tribunal supremo de la URS S destruyen sistemáticamente los archivos históricos mientras que el KGB recoge materiales que deberían ir a una colección de archivos especiales del colegio militar y el Tribunal Supremo de la URSS.

Iurasov asegura que, al ritmo actual, en 1992 se habrán destruido todos los datos almacenados sobre la represión de Stalin. En un artículo sobre el KGB, Serguei Grigoriants asegura que este organismo lleva a cabo una campaña de captación entre los ex disidentes liberados de los campos de internamiento.

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Sobre la firma

Pilar Bonet
Es periodista y analista. Durante 34 años fue corresponsal de EL PAÍS en la URSS, Rusia y espacio postsoviético.

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