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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El fascismo, como trama familiar

Quizá ha llegado el momento en que pueda verse algún fragmento del fascismo sin que esté rodeado de horror, o sin llegar a su entraña. La serie Mussolini y yo, que comenzó este pasado lunes (primer canal de Televisión Española, a las 21.50 horas) representa el punto de vista de Galeazzo Ciano (el yo del título), tomado de una biografía que, a su vez, está basada en los diarios del yerno de Mussolini.La historia vivida le consideró siempre como un cínico que aprovechó la fuerza de su suegro para su encumbramiento, y para el ejercicio de una frivolidad de guapo prepotente; hasta que vio las cosas mal, le traicionó y fue fusilado.

Otra ideología

La historia filmada, en cambio, nos lo enseña -al menos, en este primer capítulo de la serie- como un hombre con reacciones patrióticas que trata de que Italia se salve de la guerra y de los alemanes, ya perdidos, para negociar con el Reino Unido y Estados Unidos.

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Mussolini tiene en cambio otra idea de la fidelidad y otra esperanza de ganar la guerra junto a Alemania: representa, simplemente, otra ideología. Y es un personaje familiar, respetuoso de su esposa Donna Rachele, pero enamorado de su joven amante Claretta Petacci: dos buenas mujeres que tratarán de llevarle a un camino de realidad y separarle de Ciano.

La importancia de esa serie es la de su punto de observación, la de la huida del tremendismo que acompaña siempre cualquier versión de los últimos días del fascismo. Si lo consigue a fuerza de ocultar otros hechos (con lo cual la neutralidad desaparecerá) es algo por ver en los tres próximos capítulos de la serie que quedan por emitir.

La coproducción, en la que también ha participado España -junto con entidades de la República Federal de Alemania, Francia, Suiza y Estados Unidos- tiene una sencillez europea que se emparenta con la pobreza de medios: se busca más la narración -y, desde un punto de vista técnico, está bien contada-, el diálogo y el enfrentamiento de los personajes de la familia trágica que el mero espectáculo.

Uno de los problemas con que se encuentra es el de que los personajes reales, los de la historia viva, tienen una abundante iconografla y están muy presentes en el recuerdo de los mayores, que contrastan con la identificación de los actores: hubiese sido mejor no intentar ningún parecido, y buscar la convicción de la interpretación más que la del parecido.

Los maquillajes gritan de horror, y los planos de las caras mal afeitadas por la latinidad de los protagonistas dan un poco de grima.

En cambio, la ambientación está bien conseguida, aunque sea a costa de reducir mucho los enfoques -en una calle después de un ataque aéreo, en una playa bombardeada y arnetralladapara evitar la carestía de los extras y de los decorados.

Realidad y ficción

La renuncia a la épica, la reducción de una págipa de la historia a una familia que parece simplemente mafiosa, puede tener sus ventajas en cuanto a la captación de público; pero contrasta mucho con la realidad, sobre todo cuando se ve a continuación de Los alemanes en la Segunda Guerra Mundial (segunda cadena, 20.30) donde la historia vivida está presente en fragmentos de documental y en testimonios de supervivientes.

Puede que el defecto de esta otra serie sea el de su monotonía, el de la fórmula única que se va utilizando semana tras semana; sin embargo, es lo inverso de Mussolini y yo, y va contra su ficción.

Supongamos que se trata de dos públicos muy distintos; pero puede preocupar que a este público, el de esta ficción, le queda la impresión de que los últimos días de la Roma fascista, y de lo que entonces se llamaba fascismo -hoy hay otros medios de lograrlo- sea un mero asunto familiar, un triángulo de hombreesposa-amante y de suegro-yerno.

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