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Marilines

Mientras el Vaticano tarde 40 años en santificar a nuestros mártires del 36, Hollywood siempre nos ganará por la mano.La Iglesia pierde el tiempo comprobando milagros -que son evidentes para el curado- y siglos después santifica al protagonista. El proceso de Hollywood es al contrario: te colocan en el altar y luego consiguen el milagro de que año tras año se hable de la misma mediocridad.

No hay mayor milagro que seguir recordando, 25 años después, los embarazos de Marilyn, sus ligues, sus orgasmos y la lista completa de los hospitales psiquiátricos que visitó. Es tan abundante el aluvión de pequeñeces sobre Marilyn, la mujer, que se ha olvidado la pregunta original: ¿A quién le interesa verdaderamente esa rubia de la era paleocristiana? Y si alguien dice que sí, ¿por qué los jóvenes tienen que aguantar el gusto añejo de los cincuentones?

Pero el verano sigue. Tendremos tiempo para recordar el resto del santoral profano: el primer pisoteador de la Luna, el contoneante Elvis Presley, el fantasma de Manolete y aún sobrarán días para otro libro sobre el lugar, la hora y el porqué de la muerte de Federico García Lorca.

Acabará el verano con la última operación retorno y la atormentada vida de James Dean. Para futuros calendarios, se festejará el día en que comenzó a emitirse Dinastía o cuando Sergio Casal ganó a Beeker. Verdaderamente, hechos históricos.

Es lógico que Juan Pablo II, el Papa más hollywoodense de la historia de la Iglesia, quiera acelerar las santificaciones y renovar los altares. Su iniciativa merece el apoyo de todos los amantes de la paz. Porque, en definitiva, la Iglesia pone más serenidad que la herrumbrosa imaginación de Hollywood y la machaconería de tele, Prensa y radio. La ofrenda anual a Santiago apóstol es una placidez comparada con la ajada reliquia de Marilyn.

Nos han inculcado que el año comienza con batacazos de esquí y valses de Strauss, y nos hemos olvidado de que cada 1 de enero se festeja el martirio de san Concordio.

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