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Las nuevas tres caras de la derecha española

Una de las características más notables de la España democrática es que la ideología de derechas al estilo, por poner ejemplos notorios, Ronald Reagan, Margaret Thatcher o Jacques Chirac, no consigue convencer más que al 25% de los españoles que votan. Es el techo que antes se decía de Fraga, pero que en las recientes elecciones ha vuelto a alcanzar la Alianza Popular pos-Fraga.Ante esta realidad, la derecha española se ha visto obligada a arropar su ideología con otros ingredientes. Uno de ellos, analizado muy certeramente en un reciente artículo por Jordi Solé Tura, es el del nacionalismo o regionalismo, tremendamente eficaz en su ámbito, como demuestran CiU, PNV y los resultados recientes de EA, o el auge de los regionalismos de derecha el pasado 10 de junio.

El inconveniente fundamental de esta alternativa es su imposibilidad hasta la fecha de convertirse en agregado nacional. Intentarse se ha intentado, porque no otra cosa fue la operación Roca, pero el fracaso fue notorio. La reflexión que me sugiere aquella experiencia es que intentar agrupar a los diferentes regionalismos de derechas es una contradicción in términis. Las fuerzas nacionales y regionales de derecha no sólo se afirman frente al Estado central, sino también frente a sus vecinos, esto es, las otras comunidades autónomas.

De ahí, por ejemplo, que, en la citada operación Roca, CiU ni siquiera formara parte del Partido Reformista Democrático (PRD), con lo que se daba la paradójica e ininteligible situación de que el líder del PRD ni siquiera fuera candidato por ese partido. Lo poco que se logró unir no sólo no salió reforzado, sino que se debilitó ampliamente con la experiencia.

Se ha puesto de moda recurrir al fantasma de la CEDA para echarnos a temblar ante el crecimiento electoral de los regionalismos de derecha. No comparto estos temores. El cemento de unión de la CEDA no fue el regionalismo. Lo que unió el regionalismo disperso de la derecha fueron elementos ideológicos entonces en pleno vigor, como el confesionalismo y una buena dosis de fascismo, a los que se unía el temor al empuje revolucionario de la clase obrera. Pero aquellos elementos no pueden esgrimirse hoy ni como vínculo de cohesión interna ni mucho menos como señuelos para conquistar el apoyo de las capas medias de la población.

Podrían encontrarse otros elementos para constituir una unidad nacional de derechas, pero hoy por hoy no existen, y aunque sí debe preocuparnos la reconstrucción de la derecha a partir de las autonomías, la batalla a la derecha así reconstituida se ha de dar en el ámbito en el que se expresa el peligro real: en cada comunidad autónoma.

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El otro ingrediente utilizado por la derecha española para ganar votos ha sido el "centrismo o populismo", también muy eficaz en su momento, como demostró la experiencia de Unión de Centro Democrático (UCD). Pero el principal inconveniente de aquello fue que el centrismo se intentó construir como la yuxtaposición de posiciones internas que cubrían un amplio arco izquierda-derecha: desde Fernández Ordóñez hasta Otero Novas y Herrero de Miñón. Como es sabido, UCD estalló a partir de la confrontación entre posiciones que se demostraron irreconciliables.

Los resultados escasos que obtuvo Coalición Popular (CP) en las elecciones legislativas de 1986 empujaron a los partidos de la coalición y a sus mecenas a corregir su excesivo conservadurismo avanzando hacia posiciones de centro. Ésta es la interpretación más coherente a la defenestración de Fraga y la elección del populista Hernández Mancha como secretario general. Pero esta operación naufragó en buena parte debido al debate de la moción de censura, en el que se pudo apreciar que, pese al cambio de fachada, AP seguía estando donde estaba, es decir, en la derecha y no en el centro, pero con el agravante de carecer de un líder de entidad. El intento de conquistar el centro motivó también a Óscar Alzaga a despegarse de CP en un movimiento que luego se demostró suicida.

Como resultado de su operación fallida, AP ha perdido votos en las recientes elecciones, los cuales han tenido como destino los regionalismos de derechas allí donde existían. Otras pérdidas han ido hacia el Centro Democrático y Social (CDS), sobre todo en municipios de 20.000 y menos habitantes. En las grandes ciudades, y en ausencia de opciones regionales -como en Madrid-, AP ha mantenido sus posiciones relativas, pero sin conseguir ampliar su electorado hacia el centro.

Pero en el codiciado centro, quien sí ha logrado algún aumento es el CDS. Aumento, por cierto, más modesto de lo que se dice y se cree. Así, por ejemplo, en las elecciones al Parlamento Europeo, el CDS ha conseguido unos 100.000 votos más que en las legislativas de 1986 y un punto más de porcentaje sobre el total de votantes. Cierto es que en las elecciones al Parlamento Europeo el CDS ha obtenido peores resultados que en las elecciones a Parlamentos autonómicos y a los ayuntamientos, y que en unos y otros se ha convertido y convierte en árbitro de muchas situaciones. A este propósito cabe decir que la interpretación más común del artículo 196 de la Ley Electoral General, en lo que se refiere a la elección de alcalde, ha ayudado a que el partido que se abstiene en dicha votacíón se convierta, sin más, en árbitro de la configuración de ayuntamientos sin participar explicitamente en un acuerdo de Gobierno. Es, el ejemplo de Orense, donde el presidente de la mesa de edad, equiparó el concepto de mayoría absoluta necesaria para elegir alcalde y la precisa para la moción de censura, con lo que se proclamó alcalde al primer concejal de la lista más votada, en este caso AP. La decisión está impugnada ante los tribunales y ellos decidirán, pero me permito opinar que si bien la interpretación del presidente de la Mesa de Orense es coherente con la que parece ser la intención del legislador -facilitar la formación de mayorías estables- si éste hubiera querido equiparar ambas mayorías lo hubiera hecho con los mismos términos y no hablando en el primer caso de "mayoría absoluta de los votos de los concejales" y, en el segundo, de "mayoría absoluta del número legal de concejales". En cualquier caso es evidente que se ha abierto paso a la figura del "abstencionismo activo, pero no comprometido", figura que cuadra como un guante al CDS en su afán por conservar la ambigüedad que le confiere la procedencia tanto de izquierda como de derecha de sus votos.

Geografía del CDS

Resulta instructivo analizar cómo y dónde ha ganado sus votos el partido de Adolfo Suárez. En las grandes ciudades, capitales de provincia y ciudades de más de 50.000 habitantes, el CDS ha crecido a costa de pérdidas de la izquierda; del PSOE, pero también de Izquierda Unida (IU), aunque IU haya recibido también votos del PSOE. Respecto a las pérdidas del PSOE, hay que decir que de los 1,3 millones de votos perdidos con relación a 1986, alrededor de un 30% ha podido ir a parar a otros partidos, teniendo como destino el otro 70% la abstención. Sin embargo, en municipios en torno a los 20.000 habitantes y menores, el CDS crece gracias a pérdidas de AP.

Es decir, en las grandes ciudades se detecta un tipo de electorado que muy probablemente votaba UCD en el período 1977-1979, que votó al PSOE en 1982 y que de nuevo hoy vota al CDS.

En los municipios pequeños, sin embargo, se detecta que una parte del electorado de la UCD del primer período democrático votó a CP en 1982 y hoy vuelve a votar al partido de Suárez. En muchos casos, ello se hace bajo la batuta de idénticos líderes locales y los mismos candidatos.

La doble faz del CDS se desdobla según el tipo de municipio: de centro izquierda en los grandes núcleos urbanos, de centro derecha en los municipios de características más rurales.

No es extraño por tanto que el CDS se vea mucho más obligado por su electorado de centro izquierda que por el de centro derecha. Al fin y al cabo, la opinión más influyente es la de los núcleos urbanos, y además más votos del CDS provienen de ellos que de municipios de menor población.

La no obtención de la mayoría absoluta en muchas comunidades autónomas y municipios obligará al PSOE a pactos, acuerdos y equilibrios de fuerzas, esto está fuera de dudas. Pero también obligará al CDS a pasar de una cómoda actitud crítica a compromisos en los que de su acción u omisión se derivarán perjuicios o ventajas concretas para los ciudadanos.

Resumiendo: lo que ha ocurrido en las elecciones del 10 de junio corrobora que del espectro político que va del centro izquierda a la derecha es muy difícil que salga una alternativa única. El vicepresidente del Gobierno desveló en los últimos días de la campaña la intención de la banca de unificar AP y CDS. Pero AP más el CDS vuelve a ser UCD, y, aunque los que contribuyeron a destruirla pueden añorarla hoy, es muy difícil que Suárez se preste a repetir la experiencia.

Así, el populismo centrista, la derecha tradicional y la derecha regional serán tres fuerzas diferenciadas y competitivas entre sí en los próximos años. La izquierda, y particularmente el PSOE, tendrá que combatir en tres frentes. Lo que deberá ser tenido en cuenta en la reflexión que hoy nos ocupa a los socialistas.

Pilar Brabo es licenciada en Ciencias Políticas y especialista en análisis electorales.

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