La encrucijada sudanesa
Los integristas musulmanes esperan mientras se agrava la guerra en el Sur
Sudán, país estratégicamente situado en la cuenca media del Nilo, atraviesa una delicada situación política que el primer ministro, Sadek el Mahdi -triunfador en las elecciones de abril de 1986- trata de capear frente al peligro que supone el integrismo, islámico y la creciente rebelión armada del Ejército Popular de Liberación (SPLA) en el sur del territorio. Un enviado de El PAÍS ha visitado recientemente esta nación africana.
A pesar de haber prometido durante la campaña electoral la derogación de la Sharia, implantada por el régimen de El Numeiri en 1983, en una especie de salto adelante para apuntalarse en el poder con apoyo de los fundamentalístas islámicos, el primer ministro, Sadek el Mahdi, ha vacilado más de un año a la hora de abolir esa ley islámica, que adapta la normativa legal del país a los imperativos del Corán, con su secuela de castigos corporales para actos delictivos o la prohibición total del consumo de alcohol, entre otras normas.El actual primer ministro, descendiente directo del mítico Mahdi, que pulverizó el pasado siglo a las tropas británicas del general Gordon en Oindurman -hoy un barrio de Jartum-, navega entre dos aguas, intentando tranquilizar a todo tipo de tendencias.
Así, para evitar la cólera del Frente Nacional Islámico -formación política integrista que cuenta con 51 diputados en la Asamblea Constituyente sobre un total de 301-, El Mahdi ha enviado al Parlamento una propuesta de ley que mantiene ciertas normas de la Sharia -como los castigos corporales-, pero cuyo marco de aplicación ha sido restringido únicamente a los creyentes musulmanes.
Los Hermanos Musulmanes le reprochan que la derogación de la Sharia sólo es un vano intento de hacerse más grato a los rebeldes del SPLA -dirigido por el coronel John Garang y que cuenta con el apoyo del régimen marxista-leninista y prosoviético de la vecina Etiopía-, y facilitar unas negociaciones que pacifiquen el sur sudanés, en el que ha habido 20.000 muertos desde que se inició la guerra, en 1983.
A mediados de junio, Sadek el Mahdi apadrinó el solemne entierro de los restos mortales del último imam de los Ansar -secta musulmana mayoritaria en Sudán-, su tío El Hadi Abdel Rahman el Mahdi, asesinado por las tropas de El Numeiri en 1970. Para algunos, el primer ministro trataba de ganarse con esa ceremonia, en cuya convocatoria volcó ingentes recursos, a los sectores musulmanes más integristas. Para otros, por el contrario, era una maniobra para acabar coronándose como el nuevo imam, acumulando así el poder político y el religioso.
Observadores consultados la víspera de los funerales, que tuvieron como escenario la tumba de Mahdi, en Oindurman, señalaban la trascendental importancia del acto y no dudaban en calificarlo como "uno de los grandes acontecimientos de los últimos tiempos". Otros no ocultaban su preocupación porque el acontecimiento fuese utilizado por los fanáticos musulmanes para provocar incidentes, lo que no ocurrió.
Los Hermanos Musulmanes han reaccionado muy moderadamente ante la derogación de la Sharia. Esperan a que se conozcan las nuevas normas que la sustituyan, que posiblemente apenas contengan modificaciones con respecto a la ley coránica. En cualquier caso, saben que El Mahdi es contrario a convertir Sudán en un Estado laico, como exigen los rebeldes del Sur, y permanecen agazapados hasta que puedan condicionar más abiertamente el poder y convertirse en fuerza imprescindible para formar cualquier Gobierno.
La Sharia no goza de grandes simpatías populares. Un empleado de un hotel de Jartum asegura que "en lo que se refiere a la prohibición del alcohol, lo único que ha conseguido es que para los extranjeros y los turistas occidentales sea más difícil y más caro encontrarlo, mientras que la población local sigue destilando en sus casas aguardiente de dátiles". Los europeos, por su parte, dedican parte de su tiempo libre a la fabricación de una cerveza casera relativamente bebible, sobre todo si se sirve muy fría.
Con o sin Sharia, el futuro de Sudán es más bien oscuro. País potencialmente rico -está considerado como el futuro granero de África-, los recursos se despilfarran en una economía volcada hacia la especulación, con un creciente endeudamiento externo empeorado por el vertiginoso aumento de las importaciones de bienes de lujo. Y sin olvidar el contrabando. Jartum, por ejemplo, se ha convertido en el centro del contrabando de marfil procedente, fundamentalmente, de la República Centroafricana, con destino a los mercados de Hong Kong, Singapur y Japón.
Fuentes occidentales no dudan en afirmar que, en realidad, en Jartum no gobierna nadie. Hay un vacío político en el que el primer ministro trata de contentar a todo el mundo. No creen en una vuelta de El Numeiri, refugiado en Egipto -lo que ha supuesto un serio deterioro en los vínculos entre los dos países vecinos, hasta hace poco muy estrechos-, pero piensan que es posible que los militares vuelvan a salir de sus cuarteles.
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