Carmen Castro
La costumbre de vivir con más libros que muebles
Carmen Castro, viuda de Zubiri desde 1983, parece haber culminado ya, a los 74 años, la parte esencial de su camino. Hija de Américo Castro, gozó en su juventud de una educación intelectual de sello liberal poco frecuente en la España de principios de siglo; conoció personalmente a Valle-Inclán "y a toda la generación del 98", y aprendió ciencias en el laboratorio de su abuelo, el profesor Maidinavetia. Más tarde, ya en la Universidad, decidió casarse con el filósofo, entonces sacerdote, Xavier Zubiri.
Carmen Castro tenía 18 años cuando empezó a darse cuenta de que se iba a enamorar del sacerdote amigo de su padre, de 33 años, que también frecuentaba la casa. "Él se encontraba mal como sacerdote, pero quería seguir siendo católico, así que tuvimos que esperar algunos años para casamos". La boda se celebró en Roma, en 1936. Carmen Castro, que no era católica, aunque se consideraba creyente, recibió el bautismo también el día de su boda. "Los trámites fueron muy pesados, y entre tanto nos convertimos en la comidilla de Madrid: teníamos partidarios y detractores, e incluso llegaron a damos por casados, diciendo que vivíamos en Barcelona, cuando en realidad estábamos en sitios diferentes", recuerda con sorna. "Si hubieran existido entonces las revistas del corazón y hubiéramos contado nuestra odisea, nos hubiéramos hechos millonarios. Y eso que nosotros no manteníamos lo que ahora se llama una relación sentimental: nos íbamos a casar, pero, entre tanto, vivíamos separados, cada uno haciendo su vida".Carmen Castro transmite una imagen de exquisitez interior que exteriormente se traduce en una figura de gran dama estilizada y escueta: su leve sofisticación viene de dentro. Ahora, ya jubilada, reparte sus días escribiendo artículos y siguiendo la evolución editorial de las obras de su marido y de su padre. Su casa, repleta de libros frente a un mobiliario suficiente, pero parco, se asemeja ante todo a una gran biblioteca. Una casa en la que el despacho de Zubiri se mantiene intacto y donde el visitante también puede contemplar, sin llegar a la observación exhaustiva, un retrato de Sorolla y un paisaje de Benjamín Palencia. Pero lo que predomina en el piso es el culto a la memoria de Zubiri, el gran ausente desde 1983. "Me hubiese gustado haber vivido por lo menos 50 años con él. Ése era uno de mis trucos para intentar alargar el tiempo y borrar los 13 años que nos separaban, pero me quedé sólo en los 47", afirma. "Lo excepcional de nuestra relación no es que él fuera sacerdote, sino que nos enamoramos; la gente, por el contrario, no se enamora: se lucen o se acomodan, pero no se eligen. Y nosotros nos elegimos".
Pero su historia no es sólo un compendio de amor y libros. "Al poco de casarnos estalló la guerra civil y nos quedamos en Roma. Pero el servicio de inteligencia de Mussolini se inventó que éramos comunistas y nos pusieron una escolta para protegernos; eso nos empujó a trasladarnos a París, donde estudiábamos y traducíamos en condiciones precarias, comiendo poco y saltándonos la cena. Y cuando empezamos a asentarnos, a Hitler se le ocurrió hacer la guerra, y regresamos a España". Pero aquí tampoco se les recibió con alborozo: "A mí me separaron de la cátedra, y Xavier abandonó la suya al poco tiempo, lo que pudo ocasionarle el destierro". Años duros que remontaron más tarde, ella con la enseñanza y Zubiri con sus conferencias y sus libros.
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