Pócimas
Quisiera ser un escritor profundo y no dejo de hacer algún esfuerzo para conquistar la verdad. A veces tomo hierbas visionarias y también practico la meditación transcendental con la punta de la nariz en el ombligo. Cuando estoy concentrado de esta forma pienso en el alma humana y en la esencia de las cosas, pero en el instante de máxima agudeza siempre aparece en el fondo de mi cerebro un resplandeciente tarro de farmacia. Dentro de ese recipiente hay cápsulas con sustancias químicas que componen a los seres vivos y a la vez con ellas se puede también fabricar bombas. Si ahondo aún más en la raíz de las pasiones entonces la imaginación se me va hacia la oscuridad del cine Carretas, donde el semen putrefacto del patio de butacas desafía a los picotazos de heroína adulterada en los lavabos. ¿Seré acaso un frívolo o un intelectual de la escuela de Miami? Lloro al escuchar La Traviata, me siento incapaz de olvidar una mirada de ternura, me conmueven los pobres, tengo el corazón herido de amor, creo que la inteligencia tiene los ojos verdes de Minerva, la cual vierte lágrimas de aceite virgen de oliva ante el fanatismo, me gusta el tacto del lino en la piel y daría la vida por morir fusilado bostezando.En cambio, el otro día tuve una visión que todavía me persigue. En sueños vislumbré una farmacia y de pronto percibí que toda la filosofía se hallaba incluida en un frasco de cristal. Unas horas antes el establecimiento había sido asaltado y sin duda los atracadores buscaban en aquel tarro alguna materia para su alma. Luego pasé por delante del cine Carretas y en ese momento unos acomodadores sacaban a rastras al vestíbulo a un drogadicto. Llegó una ambulancia. Dos enfermeros, forrados de plexiglás, cargaron en el furgón a este joven en estado comatoso y le pusieron un bozal donde él vertía espumarajos. Desde entonces para mí la sustancia de la vida consiste en transformar la química en un sueño y en convertirse uno en filósofo de guardia en la puerta del cine Carretas. ¿Habrá algo más?.
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