Japón, de 'number one' a 'oveja negra'
Yasuhiro Nakasone se encuentra en España, tras su participación en la reciente cumbre que han celebrado en Venecia los países capitalistas más industrializados. Ésta es la primera visita oficial de un pri mer ministro japonés a nuestro país desde la II Guerra Mundial. Al filo de la ocasión, el autor analiza el éxito industrial nipón, que ha empezado a afectar incluso al equilibrio económico occidental.
Cuando Reagan y Nakasone se vieron para tratar de resolver sus diferencias sobre la expansiva política comercial japonesa, que ha empezado a afectar el equilibrio económico occidental, estaba yo en Japón y asistí de cerca a las reacciones de aquel país, que venía recibiendo las advertencias ,norteamericanas como un jarro de agua fría sobre su optimismo de buenos discípulos del modelo que el general Mac Arthur les había propuesto, al día siguiente de la derrota, en la II Guerra Mundial.Era uno de esos momentos estelares que iba mucho más allá de lo anecdótico. A Japón, la democracia occidental más demostrativa del éxito del sistema, le habían tenido que tirar -eso sí, amistosamente- de las orejas, y precisamente lo habían hecho sus maestros. De number one se convertía en oveja negra, por la simple razón de hacerlo bien, por haber aprendido demasiado al pie de la letra la lección. No me fue fácil adivinar, en aquellas multitudes disciplinadas de los trenes ultrarrápidos entre Tokio y Kioto, un gesto de irritación o de perplejidad colectiva; pero mis conversaciones privadas, junto al whisky también occidental, con ejecutivos de grandes empresas y con universitarios de grandes responsabilidades académicas, y sobre todo con las autoridades a las que tuve ocasión de visitar, me abrían perspectivas de asombro y actitudes críticas. Era como una paradoja histórica que no podía menos de sorprender a cualquiera, y mucho más a sus víctimas.
Porque lo que en aquel momento estaba pidiendo ansiosamente Reagan a su viejo amigo Nakasone y lo que desde la Comunidad Europea se solicitaba del Gobierno japonés era, en definitiva, que no aplicara con tanta eficacia la famosa y "nunca del todo bien conocida" fórmula del admirado, estudiado e imitado, en lo que cabe, milagro japonés. De la larga etapa de asombro y admiración hacia el number one se pasó a la irritación y a las reticencias, a la cuarentena y a la crítica.
Cualquiera que haya llegado a Japón atraído por la fascinación del occidentalismo japonés -competidor aguerrido de las naciones líderes de la economía mundial y, sin embargo, tan oriental, tan sugestivamente distinto, tan exóticamente diferente, tan lejos de nosotros en su organización colectiva y en su personalidad individual- habrá podido comprobar la carestía de la vida, que llega a tanto que, para mantener el turismo extranjero, se hacen descuentos a los forasteros en ciertos tipos de comida; también habrá podido observar la desfavorable situación japonesa en cuestión de viviendas y las consecuentes largas distancias que millones de japoneses tienen que recorrer diariamente para ir y volver del trabajo.
Individuo y colectividad
Pero a nadie se le puede ocultar la enorme cantidad de virtudes japonesas, visibles en el funcionamiento de su sociedad; cosas admirables relacionadas con sus hábitos de vida y de trabajo; con su sistema educativo, que ya a principios de siglo tenía prácticamente resuelto el problema de la escolarización, o con su organización social y laboral. Recordemos, por ejemplo, la preocupación por el trabajo bien hecho, la primacía de los valores colectivos sobre los individuales, su actitud solidaria, su cohesión social o su sensibilidad cultural y su amor a la naturaleza. Me resultaría difícil elegir entre mis variadas experiencias de este viaje, que en su misma organización era un ejemplo del equilibrio y del buen sentido de mis anfitriones. No sabría decir lo que más me ha impresionado: un desfile de modelos en el Bunka Fashion College, a cargo de los alumnos -por la concepción de los diseños, la perfección de los efectos musicales y la luminotecnia-, o la profesionalidad de aquellos estudiantes, todo ello verdaderamente sorprendente; o el espectáculo de esos miles de muchachos de la enseñanza media, en sus visitas a los museos o a los centros culturales, con el pelo cortado casi al cero y uniformados como los chinos de Mao, a los que veíamos siempre silenciosos, en perfecto orden, en los templos antiguos y en los monumentos, haciéndose la imprescindible foto o en cuclillas esperando pacientemente los trenes en las estaciones, con un admirable sentido de la convivencia, de la corrección y de la disciplina. Compruebo que, inconscientemente, he elegido, en la necesaria selección de mis recuerdos, dos aspectos relacionados con la educación; pero debo precisar que, aun siendo, sin duda, la política educativa algo esencial en todo el sistema, hay algo más que educación en el ejemplo de organización y convivencia que nos ofrece la sociedad japonesa.
Ya sé que, esto es descubrir el Mediterráneo y que miles de testimonios nos, han venido hablan do con admiración en los últimos años del sistema de vida y de trabajo del pueblo japonés, y de los increíbles éxitos logrados por el sistema. El más reciente, el de un economista de Harvard, Robert B. Reich, quien, en su libro Tales of a new America, considera poco rentable, frente a estos éxitos, la política de proteccionismo preconizada por el Gobierno norte americano ante la pujanza ex portadora de Japón y aboga por una actitud más abierta para aprender de la experiencia japonesa, teniendo como ejemplo las empresas niponas en EE UU, que logran una productividad muy superior a las empresas norteamericanas. Pero, entonces, ¿en qué consiste la base de ese éxito? ¿Qué actitud tomar ante el expansionismo japonés? ¿Qué fórmula se debe encontrar para mantener el equilibrio financiero mundial sin acudir al viejo y nefasto proteccionismo? ¿Hay que imitar a los japoneses, si esto es posible, o hay que convencerles para que nos imiten ellos a nosotros? ¿Es la guerra o es la paz? Pero, sobre todo, ¿qué ha pasado en Japón para llegar a esta situación, o qué tiene Japón para haber llegado adonde ha llegado?
Mucho se ha discutido todo esto, y todavía recuerdo la tenacidad dialéctica desplegada por David Corral, el corresponsal de Efe en Tokio, para contestarse a la pregunta y corresponder también a mi curiosidad de ¿dónde está la explicación de que Japón se haya adaptado tan bien a la sociedad industrial, a la economía de mercado y, en general, a las reglas del juego de la economía occidental? Hay contestaciones para todas las ópticas y todos los deseos; para unos es Bushido, el alma de Japón, relacionada con espíritu caballeresco de los samurais; para otros es una consecuencia de su moderno sistema educativo, que ya en 1894 había reformado su viejo sistema y había puesto las bases para una escolarización total; hay muchos que piensan que todo se debe a la buena mano del general Mac Arthur, el virrey de Japón, que planteó tan bien las cosas, después de la guerra, que dejó las bases para este extraordinario desarrollo económico; hay otros que consideran que fue la reacción colectiva ante la fuerte humillación sufrida por la derrota. Hay numerosos libros, ensayos y tesis doctorales que se inclinan ante el misterio, que parece ser que siguen guardando su secreto. Pero hay, un hecho indudable, y es que Japón, al incorporarse tarde a la sociedad industrial, asumió sin reticencias ni complejos ni prejuicios los valores esenciales de esa sociedad, cuando estos valores habían ya perdido fuerza en sus países de origen, en las naciones occidentales que la crearon. En Europa y en América, donde la sociedad industrial tenía ya un siglo de existencia, han ido evolucionando a merced de unas experiencias históricas y sociales a las que han sido ajenos los japoneses. La realidad social y sus valores han ido cambiando lentamente y la sociedad industrial se vive de una manera muy distinta a como la pueden vivir los japoneses, casi recién estrenados en ella, sin pasar por el proceso histórico de su transformación. Es muy difícil volver a la situación del siglo pasado, cuando los principios de la sociedad industrial se asentaron. La acción de los sindicatos, el compromiso socialdemócrata, la negociación y el cambio social han transformado el mundo social de Occidente.
Hoy día, ni Jacques Delors (curiosamente, muy temido por las autoridades japonesas, y de quien yo traté de reivindicar su preocupación social y humanista), ni los Gobiernos de los países de la Comunidad Europea, ni Reagan. en Norteamérica, pueden cambiar, ni tampoco quieren hacerlo, el statu quo existente, resultado de aquella evolución, y devolver a sus respectivas sociedades algunas virtudes de trabajo, de austeridad, de abnegación, que quedaron superadas en el compromiso del Estado de bienestar (como mucho, pueden tratar de corregir algunos excesos del Estado de bienestar).
Pero Japón es distinto, y nunca mejor dicho; se ha incorporado tarde a la sociedad industrial y ha sabido tomar de ella sus mejores logros, sin pasar por el calvario de su gestación ni por el deterioro de sus valores. Ha asimilado el modelo occidental sin prejuicios y no ha tenido ningún inconveniente en considerar a la empresa como la institución básica del. desarrollo económico, siguiendo el razonamiento lógico de que, si ha sido el eje del éxito, sea el eje del desarrollo.
En estas circunstancias, y ante el evidente buen resultado de su gestión, ¿nos puede extrañar ahora a nosotros que los japoneses se sorprendan de que Occidente proteste por lo bien que lo han hecho? Podemos entender que nuestra posición sea juzgada por ellos como poco coherente y propia de unos países tradicionalmente ricos, que han ido cambiando caprichosamente las reglas del juego y tratan ahora de imponer esas nuevas reglas a todos los demás. No me he referido aquí a las presiones interiores, que parecen actuar en la misma dirección que las que llegan de fuera, tanto por el posible cambio de actitud de las nuevas generaciones como por las dudas que empiezan a tener los japoneses de cualquier edad sobre las ventajas reales que les aporta una moneda tan fuerte y una posición internacional-tan sólida, cuando ello no se traduce en un mayor nivel de vida y de bienestar.
Como estamos viendo, Japón sigue siendo un misterio; sigue siendo Japón, y hoy, más que nunca, number one, aunque los países industrializados de Occidente lo consideren, en cierto sentido, como la oveja negra y perturbadora en el clan de los poderosos.
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