El libro y su réquiem
TODA FESTIVIDAD relacionada con el mundo del libro, como es el caso de la feria que se celebra por estas fechas, tiene siempre un doble aire de apoteosis y de réquiem. Por un lado, supone la exaltación de una industria que reúne lo más novedoso de su producción. Por otro lado, y particularmente en los últimos tiempos, la efeméride puede llegar a contemplarse como una especie de reto desde un objeto -el libro- que parece, según ciertas tesis, perder valor instrumental en favor de su valor simbólico.Los augures han pronosticado muchas veces y con variado tesón el fin de la letra impresa como vehículo de comunicación y conocimiento. Los problemas económicos de las editoriales, la suplantación progresiva del libro en los métodos de enseñanza, los índices de lectura que, como una esquela, aparecen por estas fechas y el desinterés con que la Administración observa el presunto derrumbe son las bases del pesimismo. Un pesimismo que si no es exclusivamente español, sí puede decirse que no se encuentra compartido en todo el mundo. Las reestructuraciones en la industria editorial y el desarrollo de medios de promoción del libro en combinación con la escuela y con otros medios de comunicación están amparando hoy la prosperidad de grandes empresas editoriales.
Acaso existen pocos datos españoles que contradigan la atmósfera de fatalidad, pero uno de ellos es decisivo: los adolescentes se manifiestan actualmente en los sondeos como el grupo de edad con mayor interés por la lectura. Concretamente, en nuestro país son ellos los que elevan significativarnente el índice -0,8 libros por familia y por año-, que nos sitúa por debajo de cualquier nación europea desarrollada. No se trata solamente de comprobar una tendencia manifestada también en otras épocas y cuya expresión sería el resultado de algunas variables de carácter psicológico u ocupacional. Se trata, al menos en-países como Alemania Occidental o el Reino Un¡(lo, de un auténtico boom que interpretan los jóvenes y se extiende por Europa.
Cabe preguntarse por qué el grupo que mayor contacto tiene con las técnicas sustitutivas de carácter audiovisual y que no ha heredado el prestigio cultural que proporcionaba hojear papel impreso es ahora el más inclinado a servirse del libro. Cualquier respuesta que pueda darse habrá de venir sustentada por el hecho manifiesto de que los teen-agers de la posmodernidad se ven reflejados en lo que leen y que dicha actividad no les resulta incompatible con el uso del ordenador y otros soportes audiovisuales.
Precisamente este último aspecto debería ser considerado con mayor cautela por los encargados de diseñar modelos educativos y culturales para el futuro. La Administración socialista, que ha dado pruebas de querer subirse al carro del porvenir, parece demasiado encantada en demostirar que el futuro es una cuestión de imágenes y cables. La falta no sólo de apoyo, sino de atención fiscal para el libro, contrasta con el furor oficial que se ha despertado para proteger otras creaciones, especialmente el cine.
Pero aparte de que se distribuyan con mayor equidad las atenciones presupuestarias de caracter cultural, sería muy necesario acabar con la ¡dea que confunde la decadencia del libro con la decadencia de determinadas editoriales concebidas empresarialmente para otros tiempos o sometidas a dificultades no necesariamente exclusivas del sector del libro. En la letra impresa y en el qjercicio de leer y manipular un libro hay un servicio y un placer específicos. Tan poderosos como para ridiculizar los pronósticos que anuncian monótonamente su liquidación y a los que parecen inspirar antes la ficción científica que la evolución real de las demandas sociales.
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