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La Europa lacustre

Los lagos de la Europa central ejercieron de antiguo un profundo magnetismo seductor hacia quienes frecuentaban sus riberas. El agua inmóvil y secreta de estos grandes recintos naturales, originados en glaciares muertos, tiene un extraño poder de atracción desde los tiempos del imperio romano. Los Plinios, nacidos en Como, frecuentaron las orillas del trilobado lago y levantaron en distintos parajes villas de recreo veraniego, una de ellas titulada Tragedia. Luego vinieron al lago de Como la gente lombarda, las abadías medievales, los nobles güelfos y gibelinos, los príncipes renacentistas y el ducado de Milán a poblar y señorear sus márgenes de feracísima vegetación.He pasado unos días en Lugano, capital del Ticino, república que forma parte de la confederación helvética. El paraje es de una rara y sugestiva belleza por la luz difusa del aire húmedo, lo que confiere a las flores y al arbolado de los bordes del gigantesco estanque un encanto peculiar. Las azaleas y rododendros de alzada descomunal pasman al viandante con el variopinto impacto de sus formaciones en los parques y en los jardines. Lugano fue muchas veces en su historia ciudad de refugio de exiliados voluntarios o forzosos. Mazzini alentó desde allí la rebelión del patriotismo unitario de su tierra. Una lápida recuerda su memoria en la casa en que residía, colocada allí como homenaje de la confraternidad masónica. También el sentimental vizconde de Chateaubriand frecuentó este rincón apacible donde su estro romántico hubo de clamar su "¡Levez vous, orages!' incitando a las casi siempre serenas aguas a convertirse en tempestuosa galerna. Quizá fuera todo concesión literaria, melodía amarga y voluptuosa, brindada a su compañera de viaje, la recamada Julieta, destinataria inacabable de sus amorosos escritos.

El lago Maggiore tiene en su extremidad septentrional otro trozo de soberanía helvética. Un nombre de ciudad que hace muchas décadas ftie resonante en la política europea, Locarno, es hoy ameno y riente rincón de verano nutrido. Allí, en 1925, en un gran edificio que se conserva todavía, se encendió una luz de esperanza para la paz de Europa, con el acuerdo que firmaron, entre otros, Stresemann, Chamberlain, Briand, Mussolini y Vandervelde, que consolidaba, con ciertas condiciones, el estado actual de las fronteras de Versalles. El pacto de Locarno, hecho para evitar la guerra, voló por los aires al desaparecer Briand y Stresemann de los escenarios políticos francés y germano y llegar al poder Adolfo Hitler con su bagaje de revanchismo militar arrollador. Otro rincón escondido y bellísimo del Maggiore, de espeso boscaje, ubérrimos y grávidos datileros y clima atractivo, es Ascona, lugar predilecto de alemanes retirados que forman la gran mayoría de la población.

Quise recorrer las márgenes del lago de Como por un motivo de curiosidad histórica. El gran lago fue en efecto durante 200 años dominio de la Corona espahola a través del ducado de Milán. Servían sus caminos de itinerario militar a los tercios de Flandes, que procedentes de los puertos del Levante español recalaban en Génova y subían desde Lombardía a buscar la Valtellina, el valle del río Adda, tan decisivo para la estrategia logística de la época.

Muchos de los pequeños templos de campanil románico, restaurados en su mayoría, conservan imagínería española de los siglos XVI y del XVII en sus altares. En uno de ellos se venera una Virgen milagrosa llamada de la paz, que conmemora la del Tratado de los Pirineos de 1659. Palacetes barrocos y neoclásicos llenan el pintoresco recorrido que termina en Menaggio. Aquí situó Stendhal el imaginado castillo del Dongo, en el que se inicia el prodigioso relato de la Cartuja de Parma. Los Dongo vivían en el secular recinto en el que Frabricio pasó su niñez y adolescencia. "Este castillo, colocado en una posición acaso única en el mundo", escribe el novelista, "sobre una plataforma a 150 pies sobre el lago sublime, domina el paisaje. La vida era bien triste en su interior, a pesar del cortejo de 40 miembros de la servidumbre. Fabricio se escapaba a los montes a cazar o a navegar en una barca". Stendhal sostiene que la secular ocupación española fue dura y autoritaria. Y que en Milán reinaba un clima de opresión que se trocó en júbilo y fiesta al llegar Bonaparte con sus tropas después de la batalla de Marengo. Pero Beyle -ya sesabe- era bonapartista indisimulado.

De Menaggio se pasa embarcado a Belaggio, en una balsa motora. Aquí se disfruta de un panorama extraordinario que en el pasado siglo comentaron y cantaron en prosa y verso Mark Twain, el supremo estilista Flaubert, Shelley y Longfellow, entre muchos visitantes. El montículo de la península es un soberbio jardín botánico en el que destacan el parque de Villa Melzi, donde componía Liszt sus sonatas, y el de Serbelloni, del que dijo uno de sus conocedores "que era en él todo noble y tierno, rebosante de amor, sin estar hollado por la civilización". Mirar desde ese estribo vegetal hacia Tremezzo es un espectáculo inolvidable, porque apenas se adivinan los núcleos urbanos entre el lujorioso esplendor de la espesa umbría. El que nos acompaña sirviéndonos de guía añade explicativo: "En aquella pequeña aldea que reluce junto a Mezzegra pasó su última noche Benito Mussolini, en abril de 1945. Sería fusilado junto a Clara Petacci en la madrugada". Stendhal hubiera sacado insólitas consecuencias de esta circunstancia.

Seguimos por la otra ribera del Como en pos del camino militar español. Atravesamos Varenna y Bellano, hasta llegar a Colico. Aquí acaba el lago y comienzan la desembocadura del Adda, el valle de la Valtellina y el camino hacia Sondrio y Tirano -ceftido de viñedos- buscando los pasos del Alpe tirolés. Una gran llanura lleva todavía el sugestivo nombre de Piano de España. Sobre un monte cercano levantó en 1603 la ingeniería militar española un fuerte que se consideró obra maestra en la materia. Su constructor, el conde de Fuentes, don Pedro Enríquez de Acevedo, era gobernador del Milanesado, y traté, eficazmente, de que las tropas de Francia apoyadas en los Grisones no lograran abrirse camino hacia los Estados de Venecia, nuestra gran adversaria en aquellos años. Todavía quedan vestigios del perímetro exterior y de varios edificios del innienso recinto, modélico en su estrategia defensiva.

El rastro de España se halla presente por doquier en Europa. Shakespeare escribió que la contemplación que le deparaban los viajes, rumiada sin cesar, le envolvía en una suerte de tristeza sombría. El evocador paisaje de los lagos tiende a la melancolía. Los antiguos creían que el cristal azulado de las aguas quietas era una claraboya líquida por la que los seres infraterrestres que vivían en las profundidades telúricas observaban la actividad de los hombres de la superficie regida por el Sol.

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