La sombra del Ejército es alargada
La tutela de los militares turcos sobre el poder civil se mantiene a pesar de su teórica vuelta a los cuarteles
Muchos militares están convencidos de que el Ejército es el dueño natural de Turquía. Un amo que con frecuencia se queda al margen y deja que sus administradores civiles hagan el traba o de cada día, pero que cuando considera que su propiedad está en peligro no duda en tomar directamente el control. Lo ha hecho tres veces en 20 años: en 1960, en 1971 y en 1980. También ahora ha devuelto el poder. O casi. Turquía tiene un Parlamento que legisla y un Gobierno que gobierna. El sistema político está formalmente muy cerca de lo que para Occidente es una democracia homologable, pero los políticos saben muy bien que la alargada sombra de las fuerzas armadas marca unos límites que no conviene traspasar.
El ex primer ministro socialdemócrata Bulent Ecevit asegura que está convencido de que en estos momentos el Ejército no quiere verse envuelto en política y prefiere seguir en los cuarteles, pero que su influencia sigue siendo importante y se ampara en su presencia en la Administración civil, consagrada por el golpe de 1980. El peso de los militares es notable o decisivo en el gobierno de las universidades, en el control de la radio y la televisión, e incluso en instituciones fundamentales del Estado. No en vano el sillón presidencial está ocupado por Kenan Evren, el general que dirigió la intervención contra el poder civil hace siete años, aunque ahora es difícil verle de uniforme.Ecevit no llega el extremo de admitir que el Ejército sea el amo del país, pero sí cree que "los militares se consideran los guardianes de la República, de la sociedad civil, de la vida política". Sin embargo, cree que "la culpa es de las elites civiles, que tradicionalmente han recurrido a las fuerzas armadas y les han pedido que intervengan cuando se han visto impotentes para resolver una crisis".
Suleimán Demirel, el hombre que era primer ministro cuándo los militares derribaron el régimen democrático en 1980 y al que la Constitución prohíbe todavía (como a Ecevit) ejercer la política activa, se resiste a admitir que el Ejército suponga un peso permanente sobre las frágiles instituciones democráticas. "Sabemos lo que ocurrió en el pasado", afirma el dirigente conservador. "Sabemos que hubo tutela e intervenciones militares, pero no sabemos lo que pasará en el futuro, y, en todo caso, algo está claro: el poder pertenece al pueblo y el Ejército es el Ejército del pueblo".
Erdal Inonu, líder del principal partido de la oposición de izquierdas, es tan prudente como sus colegas. "El Ejército no tiene ahora influencia en política", dice. "La oposición no cree que exista tutela militar, pero el primer ministro actúa como si la hubiera, dando la impresión de que la responsabilidad esencial en el mantenimiento del orden es de las autoridades de la ley marcial y no del Gobierno".
Principios democráticos
Incluso ahora, cuando la situación es tan dinámica que se traspasan a diario los límites y restricciones de una legislación que no es aún totalmente democrática, es difícil encontrar dirigentes o intelectuales, de derecha o de izquierda, que aseguren abiertamente que el papel del Ejército en las últimas décadas (golpes incluidos) ha sido reaccionario. La inmensa mayoría de la población acogió con alivio la intervención del 12 de septiembre de 1980, que cortó por lo sano con un régimen de democracia parlamentaria asfixiado por la impotencia, la degradación económica y un terrorismo que se cobraba 30 vidas cada día.
Ewen (del que se dice que es masón) tiene poco en común con Pinochet, Stroessner o Marcos. Cree en el autoritarismo y en la mano dura, pero como heredero del espíritu de Ataturk, fundador de la Turquía moderna, puede ser al mismo tiempo un fervoroso creyente, en el sistema de representación civil. En la Constitución de 1982, fruto del golpe de dos años antes, se respetan, al menos en teoría, los grandes principios democráticos, comenzando por la existencia de los partidos políticos.
Sin embargo, tras la intervención se proscribió a cientos de dirigentes de la anterior situación, se limitó la participación en las elecciones de formaciones herederas directas de los partidos eliminados, se restringió la libertad sindical y. de prensa, se condenó a muerte a centenares de terroristas y se ejecutó a algunas docenas, y en las cárceles y en los cuarteles se torturó. Todo eso forma parte también de la tradición, que impone que tras el tratamiento de choque los hombres de uniforme vuelvan a los cuarteles, las restricciones se dulcifiquen o se eliminen y las violaciones de los derechos humanos dejen de ser moneda corriente.
En la línea sinusoidal de la moderna historia de Turquía la situación se encuentra ahora en uno de esos puntos altos en los que la recuperación democrática parece al alcance de la mano y en los que el amo militar ha vuelto a poner su propiedad en manos de los administradores civiles. Y una vez más se plantea la cuestión de si los salvadores supremos se retirarán definitivamente a los cuarteles. Lo cierto es que, a despecho de todas las invitaciones, los militares golpisias siempre han cumplido sus promesas de devolver formalmente el poder. Apenas unos meses después del golpe de 1980, Evren respondía en Konya a los gritos que le pedían que el Ejército no regresara a los cuarteles con estas palabras: "No. Nos iremos. Palabra de soldado, palabra de honor". Claro que él, personalmente, no se fue, y, con la Constitución, los turcos aprobaron en 1982, en un referéndum, su continuación en la presidencia hasta 1989. Los hechos parecen demostrar que los militares turcos creen en el principio teórico de la democracia. Más discutible es que crean en la democracia en sí misma.
Casi medio siglo después de la muerte de Ataturk, en 1938, un Gobierno civil ha solicitado la integración en la Comunidad Europea. Los militares turcos apuestan también por la vía que desde la creación de la República es un proclamado objetivo de modernización. La incógnita es si para lograrlo estarán dispuestos a renunciar en el futuro a administrar directamente su predio.
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