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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

En pos de la victoria

EL TEMOR a una abstención en las elecciones europeas fue una de las razones que influyeron en la decisión de concentrar en la misma fecha estos comicios, los locales y los autonómicos. Se espera así que los ciudadanos que se acerquen a las urnas para elegir a su alcalde, y en su caso a su Gobierno regional, aprovechen el viaje para dar su voto a una de las candidaturas aspirantes a ocupar escaños en Estrasburgo. La proliferación de convocatorias amenaza, por otra parte, con provocar el hastío del electorado, que tiene la sensación de encontrarse siempre en campaña o en la resaca de unas elecciones, lo que apenas deja tiempo a los representantes de la voluntad popular para gestionar los asuntos públicos. En la medida en que se eviten esas fatigas, bienvenida sea la concentración, por más que otros motivos oportunistas hayan influido en ella.La presencia de determinadas figuras de peso en la cabecera de las listas europeas, algunas de ellas rescatadas del limbo a que habían sido confinadas por las ejecutivas de sus partidos, es consecuencia, antes que de una repentina pasión europeísta de esas ejecutivas, del deseo de ofrecer al electorado una oferta a la que esa figura señera otorgue alguna unidad y resplandor. El resultado ha sido una mayor confusión. El batiburrillo de siglas para tres elecciones simultáneas, agravado por la presencia de coaliciones de nombres desconocidos formadas por los partidos nacionalistas que compiten por primera vez en el ámbito nacional, provoca tal interferencia de mensajes que la perplejidad es el único sentimiento constatable. Todo ello favorece la sustitución de la imaginación en la oferta programática por un abigarrado cartel electoral de equívoco significado. Personas que ni siquiera son candidatas nos invitan a que las imaginemos con los atributos propios del alcalde o del presidente de una comunidad autónoma. O incluso como presidente del Gobierno. Todas las elecciones son políticas, y sus resultados han de ser tenidos en cuenta por los que gobiernan, pero resulta abusiva la pretensión de convertir a cada convocatoria local o regional (y ahora también europea) en una especie de segunda vuelta de las anteriores legislativas o de primera de las siguientes.

La aspiración de los partidos de llegar a disponer de mayoría suficiente para gobernar el país es legítima, pero desafían al sentido común y ofenden la dignidad de los ciudadanos todos esos políticos empeñados en reducir su mensaje a un permanente y deportivo "vamos a ganar". Ganar para hacer qué cosas es una pregunta que los eufóricos candidatos no consideran urgente responder. Los períodos preelectorales constituyen el paraíso de la demagogia. La pasión por halagar al que escucha con promesas tan genéricas como vanas, la adoración por la redundancia y la insuperable inclinación hacia la tautología definen la retórica del momento. Tal vez el curso de la campaña nos desmienta, pero su inicio ha sido bastante desalentador. Tanto el debate televisivo del jueves pasado como las primeras declaraciones de los principales candidatos en estos días han tenido más ruido que ideas, más descalificaciones del contrario que propuestas concretas de actuación. De modo que el principal rasgo diferencial entre las candidaturas no reside en los programas propuestos, sino en las siglas o personas que se ofrecen para realizarlos. Por lo que, tal como están las cosas, sería de agradecer que algún candidato se atreviera a comparecer con un eslogan que diga escuetamente: "Quiero ser alcalde". Indicaría una gran sinceridad.

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