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El rey de la alcantarilla

Fermín Izquierdo lleva medio siglo buscando oro en las cloacas de Madrid

CARLOS FRESNEDA Lleva las entrañas de la ciudad dibujadas en la palma de la mano. Su mirada está hecha a la penumbra y su cuerpo se ha amoldado a las estrecheces de las cloacas. Se llama Fermín Izquierdo; el rey de las alcantarillas para los colegas del gremio, el de los buscadores de oro. Aprovechan la noche, cuando se retiran los poceros y disminuye el caudal de aguas negras, para rastrear los fangos en busca del preciado metal. Fermín ha sacado de todo: desde dientes de oro hasta brillantes de gran valor. Pero ahora baja tres veces a la semana para vivir de un día para otro. Tiene 58 años, y desde los 13 la alcantarilla es su segundo hogar.

"¿Que por qué me dedico a esto? Mira, yo he pasado por muchos oficios, pero en ninguno me encontraba a gusto, ¿vale? En este trabajo voy a mi aire; donde mejor estoy es allá abajo. Es muy sacrificado, pero con un poco de suerte sacas algo. Lo justo para ir tirando...Son las diez de la noche en un pequeño descampado cerca del puente de Toledo. Es el momento de ponerse el mono, calzarse unas botas de pescador y cubrir la cabeza con un pequeño gorro de montaña. Fermín prepara el material: un azadón, una criba, una paleta de albañil, el macuto y la lámpara de carburo.

El rey de la alcantarilla abre la tapa con dos dedos, que se enganchan como garfios en los agujeros de la tapa. Cerca de 50 kilos se mueven como si nada. Son cinco metros de descenso lento, y no muy seguro, por unas escalerillas de hierro oxidado. La oscuridad afina el olfato, que no tarda en acostumbrarse al hedor.

El fogonazo del carburo descubre un paisaje insólito nada más tocar el fondo. Los viejos colectores de la calle de Toledo y de los paseos Imperial y de las Acacias, con sus rótulos ajenos al paso del tiempo, confluyen camino de la ribera del Manzanares.

Por delante quedan ocho horas de continuo deambular por cloacas estrechas, telarañas arriba y fangos abajo, excrementos dispersos sobre el andén, alguna que otra rata, acometidas atascadas que desprenden un olor insoportable, caídas de varios metros, el rumor incesante del agua... O el silencio más absoluto. Fermín tararea: "Pobrecito mi patrón, / piensa que el pobre soy yo". "Hay que cantar, chaval", señala, "si no, te vienen las ideas más raras a la cabeza y puedes acabar mal, muy mal".

La primera parada de la noche es a cinco minutos de la entrada. Fermín tantea el canal con sus botas, y cuando descubre un hoyo o una acumulación de materiales mete la mano hasta el codo. Es su mejor herramienta. Poco le importa la suciedad, las cuchillas o los alfileres, que es el pan de cada día en los fangos.

En el andén se amontona la arena negra. La mirada experta del rey de la alcantarilla va seleccionando: hierro oxidado, monedas, cucharillas... Hay suerte. Entre los primeros montículos sale un pendiente de oro. La escena se repite una y otra vez a lo largo de la noche. En ocasiones se ayuda de la paleta de albañil o del azadón para escarbar en el canal; rara vez utiliza la criba. Fermín recuerda viejos tiempos: "He llegado a encontrar una billetera de oro, pulseras con brillantes... Cosas por las que me podrían dar ahora hasta medio millón de pesetas al peso. Pero ya no es lo mismo, ¿vale? La gente no sale con joyas y tiene más cuidado de que no se le escape nada".

Pistolas y dientes

Privilegio de un rey. Bajar a las alcantarillas sin autorización está prohibido, pero Fermín se ha ganado a pulso un estatus especial: "Pistola que encuentro, pistola que entrego en la Puerta del Sol. Llevo encima una tarjeta de la Brigada de Información que me sirve como salvoconducto. Saben de sobra que nunca he hecho nada malo, así que me dejan trabajar en paz".

La lista es interminable: decenas de pistolas, centenares de dientes de oro y hasta un cerdo. "Fue cerca del barrio de La Elipa", recuerda, "el bicho se había metido por unas tuberías que entran en las alcantarillas desde los arroyos. ¡Menudo susto! Pero no fue cuando peor lo pasé. Las pasé canutas con una culebra de dos metros por Cea Bermúdez".

Un quijote bajo tierra. Así se ve Fermín cuando recuerda miles de historias que tienen por escenario la alcantarilla: cuando acompañó a un teniente desactivador para retirar un explosivo que él había descubierto, el mismo día en que perdió el conocimiento tras una explosión de gas.

Pero la noche de hoy no pasará a la posteridad. De poco ha servido recorrer la calle de Toledo, llegar hasta el espléndido colector de granito de la calle de Segovia a través de pequeñas callejuelas y acabar en la cuesta interminable del colector de Los Melancólicos. Después de andar ocho kilómetros encogido se siente de todo menos melancolía. La cosecha es bastante pobre: un pendiente de oro, una decena de monedas y algún otro metal.

"¿Una cabezadita?". Fermín descansa un rato antes de salir. El despertador es el primer tren del metro, cerca de las seis de la mañana. "Un día me quedé cerca de 24 horas aquí abajo. A veces me he cruzado con los poceros y ¿qué les voy a decir? Pues buenas noches tenga usted".

El día clarea cuando se levanta la tapa. No se ve un alma en la calle. Fermín interrumpe su jornada. Será hasta pasado mañana.

Pan para hoy ...

"La madre que la parió. Hoy no saco nada de nada... Pan pa hoy, hambre pa mañana". El rey de la alcantarilla pierde los estribos cuando la suerte no le acompaña. Lo normal es sacar 4.000 pesetas en una noche, pero nunca se sabe. "Fíjate", señala, "la semana pasada saqué 12.000 pesetas en San Sebastián de los Reyes, y hoy no he sacado nada".La mugre de la alcantarilla se come el brillo del oro y le da un tono especial que no lo quita ningún ácido. Los buscadores lo llaman el colorao. Se vende al peso, a 1.000 pesetas el gramo, en establecimientos de compraventa. El resto de los hallazgos acaba en un puestecillo del rastro de Tetuán.

El rey de la alcantarilla lo es también del campo. Muchos días empalma su jornada y no duerme. Se pasa el día recogiendo setas y cazando pájaros, que luego rifa en los bares. "Soy un borracho empedernido", reconoce. Casi todo el dinero se lo gasta en bebida. Pero se hace respetar cuando está sobrio; en los bares le conocen como el señor Pepe.

Desde que a los 13 años murió su madre, la calle fue su escuela. La calle le ha hecho duro, y orgulloso. Tuvo dos mujeres y, desde que enviudó de la última, vive con el fantasma de la soledad. Piensa seguir en lo suyo hasta el final: "Cuando vea que no puedo, me despeno. Me meto en la alcantarilla un día de tormenta y no duro dos minutos".

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