Los miércoles, milagro, o la teoría del miedo escénico
El Madrid de las últimas temporadas, el de La Quinta del Buitre, ha conseguido crear entre sus aficionados la idea de que el milagro existe siempre que se reúnan unas pocas condiciones: que sea miércoles por la noche, que esté en juego una competición europea y que el rival haya goleado al equipo blanco en el partido de ¡da. Cuando todo eso coincide, el aficionado madridista va más eufórico que nunca al Bernabéu: hace colas interminables, paga lo que sea en la reventa y si se queda sin entrada soborna al portero o fuerza su vigilancia violentamente. El interior del viejo Bernabéu se llena de una masa compacta que invade pasillos y escaleras en cada vomitorio quedan, con entrada o sin ella, decenas de frustrados espectadores, que no pueden franquear el paso. Ni en los felices años de Di Stéfano el equipo llegó a tener tan enamorada a la ciudad.En estas ocasiones ocurre que el Madrid lo vuelca todo. A la impresionante calidad de su plantilla añade un ánimo guerrero poco común. "Nos pondremos las pinturas de guerra", comenta Butragueño en las vísperas de estos partidos, mientras se pasa, por la cara los dedos índice y corazón, primero desde la frente a la barbilla y luego de oreja a oreja. El Madrid sale en estos encuentros a jugar durísimo, amedrenta al rival cerca de su propia área con entradas fuertes que el árbitro, sobrecogido por el el amor del estadio, suele consentir. El enemigo procura tomarlo en calma, porque viene recostado en una diferencia de goles que piensa puede durar 90 minutos, pese a todo; cree que con quedarse cerca de su área le puede bastar. Se desencadena así una situación en la que el Madrid se envalentona cada vez más mientras el contrario se va encogiendo. Los goles llegan por su propio peso y cada uno día ellos contribuye a desequilibrar más aún la lucha entre los sistemas nerviosos de ambos conjuntos. El marco también tiene su influencia. Estadios tan grandes y cerrados como el Bernabéu hay pocos por Europa; con su historial, ninguno. Todo Junto constituye lo que Valdano defínió como el miedo escénico.
Sin embargo, hoy va a estar, quizá más difícil que nunca. El Madrid va a tener que luchar contra tres cosas: un Bayern que no ha perdido, fuera de casa en lo que va de temporada, la desconexión que existe entre Hugo Sánchez y el resisto del equipo -con lo que eso puede afectar a la fanática unidad de propósito en que se asientan estas goleadas- y la duda interna. La duda la crea Beenhakker.
Beenhakker llegó al Madrid con la pretensión de mejorarlo. No le bastaba mantenerlo como estaba. Declaró que quería un equipo más seguro en la defensa, criticó las goleadas que había encajado en sus salidas por Europa y sentenció que los milagros no se repiten indefinidamente. El producto de sus intentos es un equipo confuso por los cambios entre la media y la defensa, que se ha seguido llevando buenas goleadas en sus salidas europeas y que tiene que hacer esta noche otra machada. Evidentemente, a los jugadores les conviene desoír el mensaje original de su entrenador, porque no es bueno para ellos pensar que anteriores goleadas llegaron por intervención divina. Si creen que el mérito es suyo, se sentirán. más capaces de repetirlo.
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